Capítulo 14: Retorno

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Todo retorno era triste de alguna manera. Lara estaba más que acostumbrada a ello. El único que saltó de alegría fue Jean, pues por primera vez, tenía vía libre para acceder a su soñado trofeo, la tumba subterránea de Loanna, ahora por fin sin custodia, sin nada que bloqueara su paso. Al parecer, la función de aquel sagrado santuario había terminado definitivamente. No más mensajes. No más secretos. Estaba libre y listo para la rapiña humana.

El egiptólogo francés hizo las gestiones a toda velocidad, pues ya llevaba tiempo preparándose. En tan sólo unas pocas horas contactó con los medievalistas que le servirían de apoyo, cedió todo derecho de la excavación a un amigo especialista en el Egipto medieval, y se contentó con que se le reconociera el mérito del descubrimiento. Ni por un momento pensó en la opinión que tendría Kurtis de ello, ni se molestó en preguntar cuál era el mensaje que Loanna había entregado o por qué Anna y Lara parecían tan abatidas.

Pero no porque fuera mala persona. Simplemente, el pobre tenía demasiadas cosas en su cabeza en aquel momento, y desbordaba de entusiasmo.

(...)

Sí, el retorno al hotel del Cairo fue triste, pero Lara estaba decidida a no enfadarse con su hija. Y es que Anna se negaba a contarle lo que había ocurrido más allá del umbral prohibido, ni el mensaje que le había sido entregada. Y, aparte de los intensos dolores de su primera menstruación, no parecía herida ni estar sufriendo nada físico.

Se ha llevado una buena impresión, pensó Lara, contemplando a la niña tumbada de lado en el diván de la habitación, hecha un ovillo, agarrándose el bajo vientre con expresión de dolor, sea lo que sea lo que haya averiguado. Bueno, no lograría nada con forzarla a hablar. Lara tampoco era ese tipo de madre.

Y bien, nada de acción para ella aquel día, aunque desde luego, sudor y arena se le habían pegado igualmente al cuerpo. Era el problema de Egipto, incluso en invierno. Así que, sin más dilación, y sin molestar más a Anna, empezó a desvestirse.

- ¿Esto va a ser siempre así? – se quejó la niña a sus espaldas, con un hilillo de voz.

Lara sabía a qué se refería.

- Se hará más fácil. - contestó – Los primeros años suele ser bastante doloroso, pero hay tratamientos. No tienes por qué sufrir. Con el tiempo, te acostumbrarás.

- Vaya fastidio. - gruñó Anna en respuesta.

Desnuda, Lara se acercó a la bañera adamascada – que, siendo hotel de lujo, estaba en el centro de la habitación – y empezó a llenarla de agua caliente. Sentada en el borde, procedió a deshacerse la trenza.

- Deberías bañarte tú también. – sugirió.

- ¿Mientras sangro? ¡Qué asco!

- La higiene es doblemente importante en ese caso. – le exploradora británica metió un pie dentro de la bañera y, encontrándola de su gusto, se sumergió en el agua, soltando un suspiro de placer.

Anna seguía ovillada en el diván, pero su madre observó que la estaba mirando por entre los mechones de pelo que le cubrían parcialmente el rostro.

- ¿Me ayudas con el pelo? – dijo Lara, levantando un mechón de su enorme cabellera suelta. Sabía bien que nunca se resistía a ello. Le encantaba peinarla.

La niña le miró durante unos instantes, luego, suspirando, se levantó y fue hacia ella. Lara contuvo una sonrisa al verla andar vacilante y con expresión de repugnancia. ¿Quién podía olvidar las incomodidades de la primera regla? En verdad, era un fastidio.

Tomb Raider: El LegadoWhere stories live. Discover now