Capítulo 6: Pulso

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Marie extendió la mano hacia la taza de té y la tomó por el asa. Antes de dar el impulso para levantarla ya sabía que no iba a ser capaz de hacerlo. No sin pagar el precio del dolor. Por lo que alargó la otra mano para sostener el cuenco de la taza y la levantó cuidadosamente.

Dolió lo mismo. Pero al menos no la dejó caer estrepitosamente, como le había pasado tantas veces desde que las manos empezaran a quedársele deformes e inútiles. Incluso el calor de la bebida caliente era agradable.

Lady Angeline la había observado en silencio, reprimiendo el impulso de inclinarse hacia ella para sostenerle la taza. Un impulso que jamás había tenido hasta que tuvo que alimentar a su marido impedido. Había sido una experiencia dura. Y menos mal que el orgulloso Lord Henshingly estaba lo suficientemente enajenado como para no percibir lo que ocurría: si no su enfermedad, la dependencia misma lo habría matado.

Aquella india americana era casi igual de orgullosa y todavía perfectamente lúcida; así pues, la anciana dama contuvo sus manos en su regazo y la observó llevarse la taza a la boca y, a continuación, arquear las cejas, sorprendida.

- ¿Qué ocurre? – se le escapó a Lady Croft.

Marie sonrió.

- Muy buen té. - bajó la mirada hacia el líquido dorado – De los mejores que he probado.

Lady Angeline sonrió cortésmente, aunque no pudo evitar recolocarse en el sillón, todavía más envarada. Claro que era un buen té. El mejor que probaría en mucho tiempo.

Desvió la mirada de su interlocutora, porque le resultaba penoso ver cómo luchaba por sostener la taza, y fijó su mirada preocupada en el laberinto de setos que se veía a través de la ventana.

- Ya hace media hora... - se le escapó de nuevo, no pudiendo evitar un leve tinte de angustia. – Debería ir a buscarla.

La mujer Navajo siguió bebiendo su té como si nada.

- Te perderías ahí dentro, querida. - no pudo evitar el tono sarcástico, pero luego se suavizó. - No te preocupes. Está con su padre, luego estará bien. Démosle tiempo.

Lady Croft tenía muy serias dudas acerca que su nieta iba a estar bien con aquel hombre, pero decir algo más al respecto hubiese sido una absoluta grosería.

Y ella, ante todo, era muy educada.

(...)

- Vaaale. – Anna frunció el ceño. - Me estás mirando de forma muy rara, luego estoy jodida un rato, ¿verdad?

- ¿Sabes a qué me he dedicado todos estos años, mientras tú crecías?

Ella se encogió de hombros.

- Matar a los malos, rescatar a la chica, salvar el mundo...

Kurtis sonrió a su pesar. Era tan niña todavía.

- A lo que me he dedicado siempre. A limpiar el mundo de... demonios. - y lo de que era espía, mercenario y hasta agente free-lance no lo mencionó. - Para que no se acercaran a tu madre y a ti, aunque en teoría no lo hubieran hecho, no hasta que te despertaste.

- ¿Me desperté?

- El Don se despertó en ti. En Sri Lanka. Después de que ese cabrón te golpeara en la cabeza.

No hubiera debido ser tan brusco. Pero qué diablos. De perdidos al río. Además, Kurtis nunca había sabido hacer las cosas de otra manera. Lo suyo era la brutalidad.

- No.... no lo entiendo.

- Tu herida era muy grave. Tuviste un derrame cerebral. - Kurtis se retorció, incómodo. Qué mal se le daba hablar, maldita sea. - Pero no teníamos forma de saberlo. Luego perdiste el conocimiento y entonces el Don se despertó en ti. Te curó.

Tomb Raider: El LegadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora