PRÓLOGO

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Atardecía, cuando Jeffrey salió al patio trasero de la casa. En cuanto la penumbra comenzó a hacerse notar, las luminarias de fotocélula que estaban distribuidas por todo lo largo de la calle comenzaron a encenderse con su acompasado titilar. Él adoraba esas horas del día, porque todo parecía adquirir matices naranja rojizos, halos de melancolia y serenidad. El tráfico disminuia en su barrio y los pájaros cesaban su canto, preparándose para dormir en sus nidos y refugios.

Su hermano, Ron, no lo vio. Estaba acostado boca arriba en una especie de banquillo deportivo, levantando una barra de pesas, con dos discos de diez kilos en cada lado. Sus ojos verdes, cristalinos, estaban fijos en el cielo que dejaba ver sus primeras estrellas rutilantes, y los bíceps se engrosaban en cada esfuerzo por levantar las pesas.

—Eh, Ronnie ­—dijo Jeffrey, pero enseguida notó que tenía los auriculares puestos. Así que se acercó por detrás y le quitó uno de ellos—. ¡Ronnie!

Su hermano lo miró con los ojos muy abiertos, y dejó la barra en su soporte, incorporándose con un resoplido.

—Cielo santo, ¿pretendes matarme?

—Creí que me habías visto.

—¿Crees que tengo ojos en la nuca?

Jeffrey se tomó un momento para sacar un estrujado paquete de cigarrillos del bolsillo de su pantalón. Tomó un Marlboro, bastante torcido, y lo miró con pena. Lo enderezó lo más que pudo y lo encendió, soltando el humo con rapidez.

—Siento interrumpirte, musculitos. Llamó Suzie, recién.

—Ya, ¿qué te ha dicho?

—Vendrá este fin de semana a comer con nosotros, ya que está de paso por nuestra ciudad. Y como sabe que estás a tope con la academia de policía... ya sabes —le hizo un gesto con las manos como queriendo marcar una obviedad, y al hacerlo, trazó volutas de humo circulares en el aquietado y apacible aire.

—Quería saber si iba a estar en casa —adivinó.

—Exacto.

Ron se estiró la camiseta deportiva, para secarse el sudor del rostro, y resopló.

—No lo sé... supongo que el sábado podría hacerme un tiempo.

—Deberías. Sabes bien que nuestra hermana trabaja mucho más que tú y yo juntos. Y a ella le hace ilusión que nos sentemos todos a la mesa, como antes.

—Aunque no deja de ser difícil como el primer día.

—Sí... —asintió Jeffrey. Dio otra aspirada a su cigarrillo, y soltó el humo mientras hablaba. —Hazte un tiempo, olvida la policía, aunque sea una tarde. Te hará bien.

—Me hará bien... —murmuró Ron. —A ti te haría bien mi régimen. Comida sana, ejercicio, disciplina. No esa mierda de cigarrillos, tus cervezas rancias y Marilyn Manson.

—No hables de Manson, no tienes ni puta idea —respondió, con el ceño fruncido.

Ron sonrió, se levantó de su banquillo y le dio una palmada en el pecho a Jeffrey.

—Afeitate, hermanito. Córtate el cabello, y consigue un trabajo. Algún día debes empezar a ser un hombre.

Jeffrey sonrió con un bufido, mientras lo veía alejarse hacia la casa. Terminaría de fumar, haría un par de llamadas a sus colegas y quizá programaría jugar al pool en el bar de Grumpy's. Sería un buen plan, y quizá, si no tenia que partirle el maldito taco en la cabeza a alguien, podría ir a beber una cerveza al parque, a la espera de conseguir un poco de "nieve".

Dio la ultima pitada a su colilla, la que arrojó al césped, y luego de pisarla se giró hacia la puerta de la casa. Sin embargo, su teléfono en el bolsillo sonó. Lo sacó y miró la pantalla, era él.

—Eh, que tal...—escuchó. —Sí, tengo todo listo, pero será el fin de semana que viene, mi hermana nos visitará el sábado y quiero verla ­—escuchó de nuevo—. Mi decisión ya está tomada, eso te lo aseguro. Adiós colega.

Honor y sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora