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Al día siguiente, Ron se metió a la ducha incluso mucho antes de que amaneciera. Se había quedado en vigilia durante toda la madrugada, yaciendo en su sillón y ensayando cada palabra que le diría a su hermana, mirando cada rincón del techo de su apartamento alquilado por arrendamiento estatal, gracias al FBI. Sabía que iba a ser un momento difícil para ambos, pero necesitaba protegerla a costa de cualquier precio.

A eso de las ocho de la mañana llamó a Suzanne para definir en que sitio se encontrarían, y a eso de las ocho y media ya estaba conduciendo rumbo a la cafetería Timmies. Al llegar al edificio, situado en una de las esquinas mas céntricas de la ciudad, estacionó unos metros antes de llegar a la puerta, apagó el motor y bajó del coche. Se dirigió entonces a un pequeño comercio de galletas, refrescos, periódicos y snacks que había más adelante por la acera, compró un paquete de Marlboro sin filtro y volvió a su coche, para apoyarse en él y fumar sin prisa.

Su hermana llegó minutos después. Ron pudo verla entre las personas que iban y venían por la calle. Estaba hermosa, se dijo, mientras la observaba caminar. Siempre vestida con su ropa de ejecutiva, con el cabello castaño claro atado en una media coleta, esta vez mucho más largo de lo que lo recordaba Ron. Dio una nueva pitada a su cigarrillo, con las manos temblorosas, lo arrojó a un costado y caminó hacia su hermana. Suzanne lo vio avanzar hacia ella, e intentó no demostrar ninguna emoción en cuanto lo vio, pero, aunque se esforzase en ello no pudo evitar sonreír. A pesar de todo, Ron era su hermano, lo quería, había pasado muchísimo tiempo sin hablarle, y toda la dureza emocional que siempre la había caracterizado a lo largo de su vida se quebró en esa fracción de segundo. Él trotó hacia ella en cuanto vio que sonreía de forma amigable, la envolvió en sus brazos, y la levantó en andas por la cintura.

—¡Suzie, que alegría más grande poder verte al fin! —exclamó. Le cubrió las mejillas de besos mientras hablaba. —No puedes hacerte una idea de cuanto tiempo te he extrañado. Estás cambiadísima.

Suzanne lo miró en cuanto la soltó.

—Tú también estás diferente. Parece como si te hubiesen caído diez años encima de un segundo al otro —dijo.

—Convengamos que haber peleado contigo no fue algo muy grato para mi.

—Ven, entremos.

Caminaron hacia la puerta de la cafetería, Ron le empujó la puerta de cristal para que ella entrara primero, y luego cerró tras de sí. Se dirigieron a una de las mesas del fondo y tomaron asiento uno frente al otro.

—¿Qué ha sucedido? ¿Por qué me has llamado anoche como un loco? —preguntó ella.

—¿Has visto las noticias sobre el atraco al banco Chase?

—Sí, las he visto.

—Había rehenes, la situación se salió de control, hubo tres policías muertos, y tuvimos que hacer una incursión. Yo entré, por la puerta de carga —explicó Ron—. Se inició un tiroteo, y abatí a los atracadores. Uno de ellos era Peter Hanson, hijo de un criminal muy peligroso buscado nacional e internacionalmente.

—¿Y qué pasa con eso?

—Temo por tu seguridad, y la de papá. Estoy casi convencido que ese hombre va a tomar represalias en mi contra. Por eso te hice venir hasta aquí, para que estuvieses preparada, y alerta. Te asignaré custodia personal, y abandonaré mi apartamento de alquiler federal para volver a casa, contigo.

—Ronnie, yo no estoy segura si pueda volver a la casa donde nos criamos. Será imposible no recordar a Jeff, y además mi trabajo...

Ron la interrumpió para tomarle las manos, apoyadas sobre la mesa, y la miró directamente a los ojos.

Honor y sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora