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Durante todo el camino, nadie habló. Jason conducía el furgón en completo silencio, apesadumbrado por las perdidas en su grupo, ya que para él todos eran importantes y perder a un miembro de los Rippers era como perder a un familiar directo, al igual que como también lo sentía Rod, quien solo miraba hacia adelante a través del parabrisas, sin decir ni una palabra. Ron, por su parte, miraba hacia afuera a través de su ventanilla polarizada, viendo distraído como parecían desplazarse los árboles junto al camino a medida que avanzaban, pensando en todo lo que había dicho Ortíz momentos antes de que lo matase. Su hermana había rogado por su vida, eso era lo peor. Y desde que se lo había dicho, no cesaba de repetirse mentalmente la escena imaginaria. Sabía que no le había mentido por el simple placer de hacerle daño, porque había dicho algo que era muy propio de su padre: "Él no, pero ella sí". Sabía bien que James Dickens jamás rogaría nada a nadie, ni siquiera aun a riesgo de perder la vida.

En cuanto llegaron a las inmediaciones de la dirección indicada, vieron que efectivamente, Ortíz no les había mentido. A unos quinientos metros más adelante, ubicada en lo alto de una colina, estaba la mansión más grande que el grupo había visto en su vida. Parecía estar ubicada en un punto donde podrían ver todo a la redonda en caso de ser necesario, Hanson no era ningún tonto. Aún así, la arboleda era espesa a su alrededor, al estar en plena zona rural.

—Eh, ¿qué demonios es eso? —dijo Jason, aminorando la marcha.

Rod frunció el ceño al mirar hacia adelante, Ron también levantó la mirada y observó. A unos doscientos metros, se hallaban al menos unos veinte o treinta hombres, formando una barricada con sus coches, cerrándoles el paso. Todos tenían fusiles de asalto casi tan potentes como los que llevaban los Rippers, y les apuntaban.

—Reviéntalos, dale a fondo —dijo Rod. Entonces, cuando comenzó a avanzar más rápido, Ron miró con más atención. Al hombre que llevaba la delantera parecía conocerlo, o al menos le daba esa impresión. A medida que se acercaban metro a metro, pudo distinguirlo mejor, entonces no le cabía la menor duda de quien era él.

—Espera, detente —dijo. Jason lo miró sin comprender.

—¿Qué?

—¡Detente, sé quienes son!

Jason comenzó a frenar poco a poco, hasta detenerse a unos cien metros del grupo de hombres armados, entonces Ron abrió la puerta del acompañante, y sintió la pesada mano de Rod encima de su antebrazo.

—¿Te volviste loco? —le preguntó.

—Esos no son hombres de Hanson, y si están aquí, es porque algo ocurre. Tratemos de averiguar que sucede, tal vez pueda hacer que nos ayudemos entre todos. Sé quien es ese —Ron señaló al hombre que estaba por delante de los demás—, confía en mi.

Descendió del furgón blindado y luego de cerrar la puerta tras de sí, caminó despacio hacia el grupo de hombres que le apuntaba, con las manos en alto y el fusil Scar colgado al hombro.

—¡Alto, no avances más! —ordenó aquel hombre. —Creo que te equivocaste de camino, amigo.

—Sé quien eres, Beckerly. ¿Qué te hace venir a la casa de Hanson con un grupo armado? —dijo Ron.

—Mis asuntos no son de tu importancia. Además, ¿quien mierda eres? ¿Por qué me conoces?

—Soy Ron Dickens, ex agente del FBI, te investigaba a ti, a Ortíz y a Hanson.

Beckerly lo miró con expresión asombrada, pero no dejó de apuntarle.

—¿Dickens? ¿Eres el tipo que mató a Peter Hanson?

—Así es. Hanson mató a mi hermana, a mi padre, y a mis amigos. Quiero su cabeza —respondió.

—Pues vas a tener que hacer fila, amigo, porque nosotros llegamos primero. Hanson me traicionó, me envió con Kahlil para que me matara. Ahora yo soy quien va a matar a ese viejo hijo de puta. Y ahora que algún loco carnicero masacró a Papá Muerte, no tendrá nadie a quien pedirle ayuda. Está vulnerable.

Honor y sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora