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Al día siguiente, Annie se despertó de un sueño pesado, y bastante desorientada al reconocer que no estaba en un sitio que le pareciera familiar, al menos de momento. En cuanto llegaron al Steel Cat durante la noche anterior, Ron le cedió su cama en uno de los dormitorios compartidos, mientras que él se fue a dormir a uno de los sillones de la sala, el más grande de los tres. En circunstancias normales, Annie no aceptaría dormir en un lugar así, rodeada de hombres que no conocía. Sin embargo, confiaba en que Ron la protegería a costa de cualquier precio, además que aquellos moteros ni siquiera se fijaron en ella. Solamente llegaron a su dormitorio, se quitaron las chaquetas y los pantalones, y se metieron a las camas. Cinco minutos después, los ronquidos reinaban en el silencio del dormitorio, arrullados por la ingesta de alcohol.

Por la mañana de aquel día, cerca de las nueve y cuarto, Annie se hallaba hambrienta, de modo que se levantó de la cama —ni siquiera se molestó en vestirse porque había dormido con la ropa puesta—, y se dirigió a la cocina. Sabía donde estaba porque para acceder a las habitaciones había tenido que pasar por ella, y en cuanto abrió el refrigerador, supo que acostumbrarse a esa vida no iba a ser para nada fácil. Aquellos hombres apenas tenían siquiera para comer, todos los alimentos que había eran sobras de sobras, e incontables latas de cerveza. No había leche, ni cereales, ni jugo de naranja, mucho menos café. Imaginó que podría tomar una porción de pizza y calentarla en el microondas, al menos, para tener algo en el estomago hasta que pudiera ir a entregar el Hyundai y desayunar como es debido, pero al mirar hacia su alrededor comprobó que tampoco tenían microondas.

—¿Ya estás despierta? Creí que dormirías más —dijo alguien por detrás suyo. Al girarse sobre sus talones, vio que Ron estaba recostado al umbral de la puerta, encendiendo un cigarrillo.

—Buenos días —lo saludó. Luego hizo un gesto hacia el refrigerador—. ¿Es que aquí esta gente no desayuna?

—Normalmente no.

—Al menos el horno funciona, ¿verdad?

—Sí, es donde calientan las pizzas.

Como toda respuesta, Annie tomó un par de porciones y abriendo el horno, puso los trozos de pizza en el sartencito que había dentro de él, encendiéndolo después con el arranque eléctrico. Por último, buscó un vaso limpio, pero como no había, tomó uno de la mesa y lo lavó en el fregadero.

—Si que les hace falta una mujer, eh... —comentó. —¿Cómo rayos pueden vivir así?

—Con el tiempo acabas ignorándolo, aunque si un día quieres hacer una jornada de limpieza, le diré a Jason que podemos ayudarte. Pagaría por ver a los Rippers con delantal de señora y trapeando el suelo.

—¿Me acompañarás a entregar el coche a la agencia ni bien termine de desayunar? —preguntó ella. —Luego podemos ir a tomar un café, necesito cafeína.

—Claro, me parece una buena idea. Yo invito con el café.

—Hecho —sonrió.

Ron se marchó a la sala de estar en cuanto Annie sacó los trozos de pizza del horno, ya tibios, para no estarle ahumando con el cigarrillo mientras comía. Cuando terminó de comer, quince minutos después, volvió a su habitación para rebuscar en su equipaje el cepillo de dientes. Grande fue su sorpresa cuando al entrar al dormitorio común, vio a varios Rippers despertándose. Sin embargo, le dijeron los buenos días como si fuera un hombre más, sin prestarle la mayor importancia, mientras se ponían sus pantalones ajustados y sus camisetas de rock and roll. Para no ser grosera, Annie intentó tomar el cepillo de dientes lo más rápido posible y salir de allí cuanto antes, para dejarlos vestirse en privacidad, yendo después al baño. Mientras se cepillaba los dientes, se dio cuenta que tendría que ir al hospital en algún momento antes de empezar con todo aquel asunto de Ron, para poder quitarse los puntos de la pierna. Se había olvidado completamente de aquello en cuanto salió de su casa, y esperaba no tener que volver a Carolina del Sur para algo tan simple como eso.

Honor y sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora