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El sábado, temprano en la mañana, Ron y Jeffrey comenzaron a preparar todo para la visita de Suzanne. Luego de desayunar, pusieron manos a la obra en limpiar y ordenar la casa. No se hallaba particularmente sucia, pero si era cierto que tres hombres solos no conservaban la misma prolijidad que una mujer, y podrían haber limpiado mucho más si no fuera porque James, su padre, no se levantó hasta pasadas las once de la mañana quejándose de su rodilla, y no pudo ayudarlos.

Luego de limpiar los pisos, elegir los mejores platos y cubiertos, un mantel de rojo carmín y planificar lo que cocinarían, ambos hermanos se encaminaron rumbo al mercado. Dejaron a su padre sentado frente a la misma típica ventana de siempre, con su vieja radio Philco a baterias transmitiendo su country bluegrass, escupiendo las notas a través de sus desgastados parlantes que saturaban algunas notas de banjo. Ron subió primero al coche, su recién restaurado Camaro del 67, y dio una vuelta de llave mientras su hermano abria la verja de la casa. Salió en reversa hasta la calle y esperó, paciente, a que volviera a cerrar. Un momento después, Jeffrey subió del lado del acompañante, cerrando la portezuela tras de sí. En cuanto Ron enfiló la avenida, Jeffrey sacó su siempre arrugado paquete de Marlboro del bolsillo, y encendió uno.

—¿Tienes que fumar dentro de mi coche? —le preguntó Ron. —¿Cuántas veces debo preguntarte lo mismo?

—Solo será uno, no me estés fastidiando —Jeffrey hizo una pausa para dar una nueva pitada—. Creí que te levantarías con mejor humor, sabiendo que Suzie viene hoy.

—¿Yo? Claro que sí, solo bromeo contigo —Ron sonrió, encogiéndose de hombros. La verdad era que le molestaba el hecho de que su hermano fumara dentro del coche, pero no iba a iniciar una riña por eso. En cambio, lo miró de reojo al llegar a un semáforo—. ¿Y tú, Jeff?

—Yo estoy bien.

—Jeffrey... —Lo miró, condescendiente.

—Estoy ansioso, ya sabes... siempre me pongo ansioso cuando Suzie viene a comer con nosotros, o a visitarnos. Si pudiera no estar presente, lo haría, sabes que lo digo en serio —explicó—. Papá no va a perder oportunidad de atacarme por algo.

—Solo ignoralo, y ya. Está mayor, y se hará peor con el paso del tiempo.

—Su edad no justifica los hechos, Ronnie. Y sabes que no puedo ignorarlo, no cuando el ambiente es tan incómodamente espeso. Sabes bien como soy yo.

El semáforo cambió a verde, y Ron avanzó haciendo que el motor roncara suavemente, asintiendo con la cabeza sin decir nada mas. Sabía que Jeffrey siempre había sido demasiado impulsivo, y en parte lo entendia. Quizá las cosas fueran mejores de aquella forma, pensaba. Si Jeffrey hubiera elegido su misma carrera y algún día empuñaba un arma... sabe Dios lo que pasaría.

—Solamente tratemos de comer en paz, como siempre. Las últimas veces no ha sucedido ningún problema —dijo, como queriendo evadir la línea de sus pensamientos.

—Las últimas veces yo no estaba en casa.

Ron no respondió absolutamente nada a eso, simplemente siguió conduciendo hasta el supermarket mas cercano, donde compraban sus provisiones a diario. Desde la mayoría de edad la situación con su hermano y su padre muchas veces rayaba lo insostenible, pero sabía que no podía hacer nada al respecto. Ron tenía toda la razón del mundo, su padre estaba mayor, y enfermo. No cambiaría ni ahora ni nunca, y el único paño frío que podría aportar a todo aquel problema familiar, era el hecho de esforzarse por ser un excelente policía. Era algo que se lo había prometido, a su padre y a sí mismo, ni bien había conseguido su lugar en la academia. Y lo cumpliría como fuese posible.

Minutos después, Ron estacionó el Camaro en el parking del Publix. Apagó el motor, sacó la llave del contacto, y ambos hermanos bajaron del coche, cerrando tras de sí. Antes de cruzar la puerta de entrada, Jeffrey tomó un carrito de metal e hizo una mueca graciosa, pasando un mechon de cabello exageradamente por encima de su hombro.

Honor y sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora