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Llegó casi al anochecer, y en cuanto vio que por fin el autobús ingresaba en la terminal de Atlanta, dio un suspiro de cansancio. No había una sola parte de su cuerpo que no le doliera, luego de pasar tantas horas sentada en la misma posición. Su teléfono estaba casi en números rojos de batería, y lamentaba no haberse llevado consigo un libro, al menos para ir alternando entre uno y otro. Se levantó de su asiento en cuanto las personas comenzaron a descender en fila, estiró la espalda con un crujido en sus vertebras, y bostezó. Una vez en el andén, retiró su maleta del montacargas del autobús presentándole el ticket al ayudante del chofer, y entrando un segundo a la terminal, preguntó en atención al usuario donde podía encontrar un sitio para alquilar un coche. Para su fortuna, la chica de la recepción le dijo que allí mismo, al final de la terminal, había una empresa de renta de vehículos donde podía consultar. Annie agradeció, y se dirigió hacia allí. En el mostrador de la compañía de rentas había un hombre calvo, que jugaba al Mahjong en su computadora, según pudo ver Annie en el reflejo del cristal a su espalda.

—Buenas noches —saludó. El hombre entonces la miró, ajustándose las gafas.

—Buenas noches, señorita, dígame en qué puedo ayudarla.

—Me gustaría rentar un coche, a ser posible.

—¿Busca algo en particular? Tenemos deportivos, utilitarios, familiares...

—Algo sencillo, que sea económico de combustible. Supongo que tendré que conducir mucho de aquí para allá.

—Bien —el hombre tras el mostrador le ofreció una ficha—, llene este formulario y enseguida le haré el tramite correspondiente.

Annie agradeció, tomó un bolígrafo azul del soporte en el mostrador, y comenzó a llenar la información necesaria como, por ejemplo, el uso que le daría al vehículo, el tiempo estimado de días en renta, el número de registro de su certificado de conducción, si abonaba la renta al retirar el coche o al entregarlo, y sus datos personales. Recordó entonces que su padre siempre le insistía para que renovara el carné de conducir, aunque no tuviera coche propio. Su argumento era que nunca se sabía cuando podría necesitar de un coche, y era mejor estar preparada por si acaso. Al principio, Annie veía aquello como algo sumamente innecesario, pero ahora entendía la sabiduría de su padre. En cuanto terminó de completar la ficha, le devolvió el papel.

—¿Sería tan amable de permitirme su documento de identidad y su permiso de conducción?

—Claro, un momento —Annie rebuscó en uno de los bolsillos pequeños de la maleta, hasta encontrar los documentos que le pedía—. Sírvase.

Escaneó ambas cosas en una pequeña maquinita, las adjuntó en una ficha electrónica, y luego le devolvió los documentos, junto con unas llaves y un ticket comprobante de retiro.

—Aquí tiene, tenemos un Hyundai Accent para ofrecerle, con un rendimiento muy económico para viajar por ciudad. Su costo es de ciento cincuenta dólares en total, ya que eligió un plazo de tres días. Le recuerdo que, por políticas de la empresa, debe entregar el coche con el mismo nivel de combustible al que lo recogió.

—Lo entiendo, gracias —asintió ella.

—Saliendo de la terminal, tome la avenida principal y gire a la derecha, nuestro parking está allí. Entréguele el ticket al dependiente en la puerta y con gusto la guiará hasta su coche.

Annie se despidió, luego de que el empleado le haya deseado un buen viaje, y caminó a paso rápido con su maleta hacia la salida principal. Una vez en la calle, bajó por la misma a la derecha tal y como le había indicado, hasta encontrar el letrero de parking con el logo de la empresa de rentas. Al acercarse, el dependiente salió a su encuentro, y luego de cederle el ticket comprobante, él mismo la acompañó hasta un bello e impecable Hyundai gris plata, con las cubiertas enceradas y sin una mota de polvo en su carrocería. La ayudó a guardar el equipaje en el maletero del vehículo y luego le abrió la puerta del coche, como todo un caballero. Annie metió la llave en el contacto, le dio un giro y el motor encendió, con la docilidad típica de los vehículos nuevos.

Honor y sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora