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Ron se tomó un descanso de una hora, y en cuanto se sintió mucho más calmado, volvió al interrogatorio. Tres agentes de la oficina federal de Virginia lo observaban a través del cristal, mientras que Blake y Sam lo interrogaban, Blake sentado a la mesa frente al prisionero, Sam por su parte, en un rincón de la habitación, mirando la escena con los brazos cruzados. Al escuchar la puerta abrirse, ambos se giraron y vieron entrar a Ron. El primero en acercarse a él, fue Sam.

—¿Cómo estás? —le preguntó.

—Mejor, gracias —luego señaló con la cabeza hacia la mesa—. ¿Ha dicho algo?

—Nada, el tipo es una tumba.

Ron asintió, silenciosamente, y caminó hacia Blake. Le apoyó una mano en el hombro y le palmeó un par de veces.

—Ve a tomarte un café, déjame a mi un poco —le dijo.

Se levantó de la silla, y Ron tomó su lugar, mientras Rashid lo miraba con cierto recelo. Aún sentia que le ardía la garganta al tragar, y no confiaba en él, por lo tanto, se retiró de la mesa tanto como el respaldo de su silla le permitía.

—No voy a golpearte, aunque me gustaría —dijo Ron—. Solo quiero tratar de comprender tu posición. ¿A quien estás cubriendo? ¿A Hanson, o a Kahlil? Quizá solo estés protegiendo el negocio.

—Yo no estoy cubriendo a nadie, tengo mis principios.

—¿Ah sí? ¿Y cuales son esos principios?

—La Yihad es familia, la Yihad no se vende. Morimos sin delatar a nadie, cumplimos prisión sin delatar a nadie.

—¿Y crees que los demás harían lo mismo por ti? —le preguntó Ron, apoyando las manos encima de la mesa, con los dedos entrelazados. ­—Tú no eres más que un simple eslabón en esta cadena, estás abajo y ellos están arriba. Y lo sabes.

—Tú no sabes nada, no nos conoces.

—¿Has hablado con Hanson? ¿Tú o Kahlil se han reunido con él?

—No lo sé.

—¿No lo sabes, o no quieres decirlo?

—No lo sé —volvió a repetir.

—¿Te han presionado para que no hables? ¿Es eso? —insistió.

En ese momento, alguien abrió la puerta desde afuera, y miró a Ron directamente.

—Agente Dickens, ¿podría salir un minuto? —dijo. Ron lo reconoció mientras se ponía de pie, era Fritz, uno de los agentes de la patrulla que había ido al hotel. Salió al pasillo, cerrando la puerta tras de sí, y preguntó:

—¿Qué sucede?

—Los documentos que había en la habitación del detenido fueron traducidos, contenían datos sobre algunos negocios en el mercado negro con base en criptomonedas. Al parecer eran como una orden de compra —dijo, haciendo comillas con los dedos—, pero estaba cancelada por algún motivo. En el documento se lo nombra varias veces a Kahlil como representante de la Yihad en suelo estadounidense, para firmar un acuerdo de negocios con Bill Hanson.

—Bien, eso es perfecto.

—Hay algo más —continuó el agente—. Analizamos el teléfono y rastreamos la llamada, era una comunicación cifrada a un satélite de Marruecos. Pudimos triangular la posición de la señal para ubicar el teléfono y la geolocalización de la llamada. Fue recibida por su familia, cerca a los limites de la ciudad de Al-Balad.

—¿Su familia? ¿Quiénes?

—Su mujer, Halisha Imirah. Tiene una hija, también. Jessenia Imirah.

Honor y sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora