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Llegó al Steel Cat cuando el grupo estaba terminando de incinerar el cuerpo del muerto en la balacera. Rod estaba dentro, asistiendo a los heridos con sus conocimientos médicos, y no advirtió cuando Ron ingresó para abrir el portón lateral, por lo que tuvo que abrirse la portería él solo. Una vez tuvo la entrada libre, volvió al coche y deslizó el vehículo hasta el patio trasero. Allí, los Rippers estaban en completo silencio y con los ánimos por el suelo, todos frente al horno encendido, que irradiaba un mortuorio calor a través de su chimenea. Casi todos ellos tenían una cerveza en la mano, y bebían con las caras largas y sin decir una palabra, en silenciosa despedida con su colega muerto. Jason, quien estaba a la cabeza de ellos, miró a Ron bajarse del coche, y se acercó a él.

—Enseguida nos ocuparemos de Jeff, cuando terminemos con Bran —le dijo.

—Gracias, Jason —asintió—. Yo iré a sentarme un momento.

—Lo entiendo. Hay cerveza adentro, por si quieres beber algo en este momento tan amargo.

—No, gracias.

Jason asintió con la cabeza, y Ron se alejó del grupo sentándose en una motocicleta desarmada de la pila de repuestos, mirando la escena con aire absorto y por completo abrumado, mientras el olor a carne quemada le invadía mórbidamente sus fosas nasales. Una hora después vio apagarse el horno, quitaron con una pala larga las cenizas de su colega, y luego hicieron un pequeño hoyo de medio metro de profundidad en el suelo, para posteriormente enterrar allí las cenizas. Jason se acercó a Ron, entonces, para preguntarle si no quería ayudar a meter el cuerpo de su hermano al horno, o decir unas últimas palabras, pero este se negó, argumentando que ya había dicho y hecho todo lo que había podido. Así que solamente se quedó allí sentado, bajo el rocío nocturno, viendo como Jason, ayudado por dos Rippers más, sacaban el cuerpo de Jeffrey de su coche, y luego de quitarle el arma de la cintura y algunas balas sin uso, metieron el cuerpo de cabeza dentro del horno. Cerraron la compuerta con seguro y encendieron de nuevo la combustión de propano.

Durante las siguientes tres horas que duró la cremación, Ron no pudo evitar apartar la mirada de la puerta del horno, ni de sentir el olor a carne y huesos quemados, pero, aunque era horrible, no quería perderse nada del proceso. Sabía que aquello solo alimentaria aún más su deseo visceral de odio y venganza, y aquello era bueno, era lo que necesitaba para acabar con el grupo que había asesinado a su hermano. Cuando eran casi las cinco de la madrugada, Jason se acercó a Ron de nuevo, para preguntarle si quería hacer algo con las cenizas, o dejarlas en algún sitio especial, pero Ron dijo que no importaba, que podían enterrarlas también. Suponía que, si su hermano pudiera, era lo que habría elegido, ya que tenía mucha estima por los Rippers.

Así lo hicieron, y cuando acabaron con todo aquello, cada Ripper volcó un poquito de su lata de cerveza encima de la tierra recién removida, como forma de tributo a sus muertos. De a uno a la vez fueron alejándose rumbo al interior del Steel Cat, pero Ron seguía allí, inamovible. Jason se acercó a él, y le apoyó una mano en el hombro.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—No, claro que no. Quiero acabar con todos ellos, quiero matar a cada Hell Slayer que vea.

—Te comprendo, Ron. Pero lo hecho, hecho está, por desgracia. ¿Por qué no vienes a descansar un poco? Ha sido una noche larga para todos.

—No, no tengo sueño, y aunque tuviera creo que no podría dormir de todas formas —respondió.

—Entiendo —asintió Jason—. ¿Hay algo que pueda hacer por ti?

Ron asintió lentamente con la cabeza, a medida que hilaba ideas en su cabeza. Había estado dándole vueltas a todo mientras veía aquel horno que incineraba el cuerpo de su hermano, y una de las cosas que seria de necesidad, era el hecho de tener que armarse si quería ir contra los Hell's Slayers por su cuenta.

Honor y sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora