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Cuando ya había transcurrido casi veinte minutos y terminaba su tercer cigarrillo, por la esquina frente a él, Ron vio como doblaban una camioneta y tres furgones de las fuerzas militares. Se detuvieron frente al edificio, ante la mirada asombrada de los peatones y conductores que pasaban por allí, y de la camioneta que marchaba al frente descendió un militar. Se adivinaba que era de rango, por las distinciones en su solapa. Cruzó la calle y Ron se acercó.

—Señor, soy el agente Dickens. Yo llevo el caso —dijo. El militar se paró frente a él y le hizo la venia.

—Coronel Winstone, señor —saludó.

—Venga, sígame.

Ron ingresó de nuevo al edificio, seguido por el coronel detrás. Llamó con los nudillos en la puerta de la oficina de Ullman, y luego abrió.

—¿Puede decirle al grupo de agentes que vayan a sala de reuniones? —le pidió.

—Sí, claro. La sala está al fondo, la primer puerta a la derecha. Irán enseguida.

—Gracias —dijo Ron, y luego miró al coronel—. Por aquí —le indicó.

Caminaron juntos hacia la sala de reuniones. Al llegar, Ron abrió y encendió las luces. Había sillas dispuestas frente a una impecable pared blanca. Tras las filas de sillas, había un proyector de escritorio, el cual Ron encendió para colocar el mapa encima de su lente captor, hasta encuadrar el lugar donde Rashid había señalado. Poco a poco, los agentes designados por Ullman comenzaron a ingresar a la sala y fueron tomando asiento en las sillas del medio. El coronel Winstone, sin embargo, se quedó de pie con las manos a la espalda y en posición firme, al lado del escritorio donde estaba el proyector, como si le estuviera haciendo una guardia personal. El último agente en entrar cerró la puerta tras de sí, mientras Ron caminaba al frente. El mapa, gigantesco, se reflejaba en la pared.

—Muy bien, señores, a partir de este momento entraremos en protocolo de captura. Buscamos a Ibrahim Kahlil, de nacionalidad árabe, edad promedio entre cuarenta y cinco y cincuenta y cinco años, terrorista miembro de la Yihad y asociado con Bill Hanson, Carlos Papá Muerte Ortíz, y Jhon Beckerly. Según la confesión de su cómplice, el lugar donde Kahlil se encuentra está ubicado en este sector de aquí —Ron señaló un claro de la pared con el índice, trazando un circulo—, ubicado a cuatro kilómetros y medio de Lovingston, aproximadamente, siguiendo por la carretera veintinueve, hacia el norte. Como ven, es una zona boscosa, por lo cual es muy difícil que haya residencias en un lugar como ese. Prestaremos especial atención a cualquier vehículo o domicilio sospechoso, también a cualquier actividad humana, no importa si son leñadores o campesinos. Detendremos e interrogaremos a cada persona que nos encontremos en un kilometro a la redonda de esta posición.

—¿A cada persona? —preguntó un agente, asombrado.

—A cada persona, sí —confirmó Ron—. Lo normal es que no encontremos a nadie, como dije, es una zona espesamente boscosa, con toda seguridad sin luz eléctrica ni agua potable. Para ello, contamos con el apoyo de un equipo táctico guiado por el coronel Winstone, quien nos proporcionará fuego de cobertura en caso de ser necesario, y perros de búsqueda, además de perimetrar la zona reduciendo el rango de rastreo. ¡No abriremos fuego a no ser que seamos atacados, es de vital importancia capturar a Kahlil con vida! —exclamó. —¿Lo comprenden?

—Sí, señor —respondieron algunos.

—¿Alguien tiene alguna pregunta?

—¿Cómo sabremos quien es el hombre que busca? —preguntó uno de ellos.

—¿Creé que sea muy difícil reconocer a un árabe en medio de un bosque, agente? —preguntó Ron. El agente que había hecho la pregunta, un chico de quizá, menos de treinta años, bajó la vista avergonzado por la obviedad de la interrogante.

Honor y sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora