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Ron llegó a Missouri cinco días después, telefoneando a Suzanne casi al llegar a la ciudad. Su idea era encontrarse con su hermana, sentarse a tomar un café en algún sitio tranquilo y hablar, aprovechando que ella se encontraba en dicha localidad por negocios en la bolsa de valores. Al principio, Suzanne se asombró por la llamada, y más aún se asombró al saber que Ron había abandonado los Rippers, pero por el momento no temía lo peor. Sin embargo, concertó un encuentro con su hermano al día siguiente, viernes al mediodía, en la cafetería Bread. La verdad era que Ron necesitaba charlar de todo lo que había sucedido, de todo lo mal que se sentía y todo lo que haría desde ahora en adelante con su propia vida, como una especie de purga.

A la hora acordada estacionó su coche frente a la cafetería, apagó el motor y bajó, cerrando tras de sí e ingresando al local. Tomó asiento en una de las mesas cerca del ventanal que daba hacia la acera, y ordenó un café con crema. Esperó durante unos minutos, hasta que, a través del cristal, vio a su hermana acercarse por la acera de enfrente. Estaba hermosa, pensó. Su cabello castaño se le sacudía encima de los hombros con cada paso que daba, vestía una chaqueta ejecutiva cerrada, un pantalón negro, formal, y llevaba a la mano un portafolios de banquero. La contempló como quien observa un diamante en bruto, mientras pensaba en todo lo profesional que ella se veía en aquel momento, una joven exitosa que trabajaba en Wall Street moviendo finanzas en todo Estados Unidos, en cada empresa de cada condado. Todo muy contrastante con lo que había sido Jeffrey jamás, incluso hasta muy diferente a lo que Ron había sido en los últimos meses. Y una parte de sí mismo se sintió mal por ello. Casi hasta sucio.

Vio como ella cruzaba la calle rumbo a la cafetería, luego entró por la puerta, haciendo tintinear las campanillas, y miró hacia las mesas. Ron levantó una mano, saludando en silencioso gesto, y al verlo, ella sonrió conmovida. Trotó hacia la mesa, con los pequeños tacones repiqueteando en el suelo de baldosas, y se aferró del cuello de su hermano con ambos brazos en cuanto él se puso de pie. Para Ron, aquello fue un bálsamo de alivio, un parche curativo a sus dañadas emociones. El hecho de sentir de nuevo el perfume del cabello de su hermana, sus brazos estrechándolo contra ella, era el equivalente a sentir la calidez del sol en el rostro.

—Oh, Ronnie, no puedes imaginar lo feliz que me hace verte de nuevo —dijo ella, y por dentro, no pudo evitar sentir que una parte de sí mismo se comprimía ante la eventual noticia. Sin embargo, sonrió lo mejor que pudo.

—También me alegra muchísimo haber regresado —dijo, y luego le señaló hacia la mesa—. Ven, sentémonos.

Ron le retiró levemente la silla frente a la mesa, para que ella tomara asiento. Luego le hizo un gesto a la camarera, la cual se acercó, mirando directamente a la recién llegada.

—¿Va a tomar algo, señorita? —le preguntó.

—Café, si es tan amable. Solo.

La chica asintió con la cabeza y se retiró rápidamente. Una vez a solas, Ron apoyó los antebrazos en la mesa y la miró.

—Bueno, cuéntame que tal te ha ido todo estos meses —dijo.

—Pues no tan mal. Los he extrañado, muchísimo, pero lleno mis espacios libres con trabajo y no tengo tiempo ni siquiera para sentirme mal.

—Haces bien —asintió Ron—. ¿Papá como está?

—Pues se ha desmejorado bastante desde que ambos se fueron de la casa. Pero él esta bien, ya sabes, con su música de siempre, con sus manías... Arlette es una buena chica.

—¿Arlette?

—Su cuidadora —dijo Suzanne.

—Ah, ya.

Honor y sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora