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Ron tardó poco menos de dos días en llegar al Steel Cat, en una travesía agotadora que por poco revienta el motor de la Harley, la cual ya estaba muy maltratada, con algunos rayones en sus cromados y en el deposito de combustible.

Conducía durante quince o más horas por día, incansable. Solo se detenía cuando pasaba por algún sitio de comida rápida, al costado de la carretera, para beber una rápida cerveza y comer una hamburguesa con papas. Nunca paraba más de media hora, en cuanto terminaba de comer, pagaba y volvía a montar en su motocicleta, emprendiendo la marcha. Durante la noche, sin embargo, no perdía tiempo buscando algún hotel o posada donde dormir. Cuando veía que ya estaba al borde de dormirse al volante, se orillaba a un lado del camino, apagaba la motocicleta y poniéndole el pie de apoyo para no caerse, se reclinaba hacia adelante, acostándose encima del tanque de combustible con los antebrazos bajo su rostro como si fueran una precaria almohada. No dormía poco más de dos o tres horas, ya que siempre había algún camionero que, al pasar y alumbrarlo con sus focos, se detenía a un lado del arcén para revisar que no se tratase de algún fulano muerto o ebrio. Ron entonces se despertaba, agradecía por haberlo intentado ayudar, y continuaba la marcha otras cinco o seis horas.

A medida que pasaba el tiempo y los kilómetros, acercándose gradualmente a Atlanta, Ron no podía evitar sobrepensar las cosas, a tal punto que ya le era imposible dormir o comer algo. Tenía la amarga certeza de que había pasado algo, sería casi milagroso si no fuera así. Lamentaba no haber llevado consigo el teléfono celular para llamar a Jason, aunque tenía el de Perkins, pero no recordaba de memoria el número de su colega. Solo conducía, rogando porque no fuera demasiado tarde, hasta que por fin cruzó los accesos a la ciudad. Tomó los desvíos de la carretera hacia las afueras, tras unas horas logró pasar por el bar Reina de Picas, y al cruzar por este sitio tan familiar, comenzó a sentir una pesada bola de plomo en la boca del estómago, debido a la ansiedad que lo dominaba. En cuanto estacionó frente al Steel Cat, descendió de la Harley sin apagarle el motor, cuando vio a Jason abrir desde adentro, seguramente alertado por el ruido del motor. Estaba desecho, tenía un ojo morado casi ennegrecido, la nariz vendada, y su mirada no era la mejor.

—¿Dónde está? ¿Dónde está Annie? —preguntó, mirando por encima de su hombro hacia adentro. Jason negó con la cabeza.

—No pude hacer nada, se la llevó.

—No te creo, no se la pudo haber llevado —rodeando a Jason, entró al taller y se colocó las manos alrededor de la boca—. ¡Annie! —gritó.

Sin embargo, el resto de los Rippers asomó por el pasillo en cuanto escucharon su voz. Rod iba a la cabeza, todos tenían una expresión de pesadumbre para nada alentadora. Entonces en ese momento fue cuando por fin comprendió la magnitud de lo que había pasado.

—Nos interceptaron en la veintitrés, viniendo hacia aquí. Eran demasiados, Ronnie. No pude hacer nada —dijo Jason.

—¿Pero está viva? ¡Dime que ella estaba viva! —lo tomó por las solapas de la chaqueta, mientras lo miraba con los ojos inundados en lágrimas. —¿Ella vive?

—Sí, estaba viva. Solo nos detuvieron, nos apuntaron con armas de grueso calibre y se la llevaron.

—No puede ser... Dios mío, no puede ser, sabía que esto pasaría... —se lamentó, agarrándose la cabeza con las manos. Entonces le dio un puñetazo a la cortina de metal. —¡Voy a matarlo, voy a ir ya mismo tras él! ¡Lo haré pagar!

—Ronnie, cálmate —Jason le apoyó una mano en el hombro—. Ese tipo es un ególatra, un petulante, tenías que haberlo visto hablar. Justamente es lo que quiere, por eso se llevó a Annie, para usarla como carnada.

—Te juro que si le toca un pelo le cortaré las manos...

—No le hará nada, hazme caso, es su as de triunfo y no va a desperdiciarlo así como así. Tenemos que ser más astutos que él, y pensar con la mente fría. No entiendo como nos encontró, me siguió durante varios kilómetros.

Honor y sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora