9

25 6 10
                                    

En su residencia, Hanson examinaba un largo e inmaculado vestido rojo, puesto en un maniquí a tamaño real. Lo miraba como quien observa una atracción turística, caminando a su alrededor con las manos a la espalda, como si tuviera todo el tiempo del mundo. A través de las ventanas de la enorme sala se podía ver parte del jardín ornamental, iluminado por los focos a ras de suelo en el césped, que se encendían de forma automática en cuanto se hacía la noche. Todo estaba demasiado tranquilo, apenas interrumpido por el grillar nocturno y algún que otro búho lejano. Hasta que de repente, uno de sus hombres se acercó a él, entrando a la sala por una de las puertas de acceso laterales, caminando muy rápido.

—Señor, hay noticias acerca de Perkins —dijo.

—Te escucho —respondió Hanson, sin dejar de mirar el vestido.

—Perkins está muerto, de un tiro en la cabeza.

—Lo sé, el policía lo mató. Me asombraría si no lo hubiera hecho.

—¿Y ahora qué hacemos?

—Nada, esperamos —respondió, mirando a su colega—. Sabe que tenemos a su compañera, yo mismo escuché como irrumpía en la casa de Perkins, supongo que se habrá llevado su teléfono celular. Quizá pueda utilizar eso a mi favor.

El hombre asintió con la cabeza, y se retiró por la misma puerta por donde había entrado. Hanson entonces descolgó el vestido del maniquí, lo dobló cuidadosamente y salió rumbo a la escalera principal, subiendo por ella hacia la izquierda, rumbo al altillo. A medida que se iba acercando a la puerta, podía escuchar los golpes en ella, y no pudo evitar sonreír levemente de satisfacción. Metió la mano libre en su bolsillo, sacó una llave y comenzó a abrir la cerradura. Annie cesó entonces de aporrear la puerta, retirándose hacia atrás, hasta que vio a Hanson asomar. Entonces lo odió, como quizá nunca había tenido la oportunidad de odiar a nadie. Si tuviera el brazo sano, pensó, se abalanzaría encima de él para intentar arrancarle los ojos con las manos si fuera necesario.

—Buenas noches, querida —dijo él—. Espero que mis hombres te hayan tratado adecuadamente.

Annie lo miró, con su brazo aún sujeto al cabestrillo que había improvisado Jason con su propia camiseta, la ceja suturada y vendada, y unas gruesas ojeras que se le habían formado de tanto llorar. Parecía que aquel hombre estaba disfrutando con todo aquello, como si nada pasara, como si en su mente retorcida, el hecho de tenerla cautiva no significara nada en lo absoluto. Fue allí cuando comenzó a temer que, con toda probabilidad, no iba a salir viva de allí.

—¿Qué quiere? —le preguntó, de mal modo.

—Quiero que estés bien, nada más. Como verás, estás en un altillo sin ventanas, es cierto, pero tienes una confortable cama, te has podido duchar y mis hombres te han curado de tus heridas. Yo mismo vengo a traerte este vestido, para que puedas bajar con nosotros a cenar. Hay pollo con verduras, supongo que te va a gustar.

—¿Creé que no sé lo que intenta hacer?

—No, dime tú —respondió Hanson, encogiéndose de hombros—. ¿Qué intento hacer?

—Solo quiere mostrarse simpático para que baje la guardia, y confíe en usted. Pero no lo haré, no deja de ser un hijo de puta. ¡Usted le desgració la vida a Ron, viejo infeliz! —le gritó. Hanson asintió con la cabeza.

—Sí, es cierto, no nos vamos a mentir. Pero el mató a mi hijo, yo también he tenido pérdidas en todo esto. No soy más que un vencedor vencido.

—Su hijo intentó asaltar el Chase, me tomó de rehén. Ron solo hizo lo que debía hacerse.

—Mi hijo fue un tonto, no debió hacer eso, porque el atraco al Chase lo iba a hacer yo. Aunque no nos mintamos entre nosotros, Ron no hizo lo que debía hacerse, él eligió matar, es tan simple como eso. Podía haberle disparado en un hombro, o en una rodilla, pero él disparó a matar, y tú lo sabes. Dime una cosa, tú lo amas, ¿verdad?

—Claro que sí —respondió Annie.

Hanson no pudo evitar sonreír. Entonces se acercó a ella para dejar el vestido en la cama, y Annie se puso de pie para distanciarse de él, alejándose hasta el rincón de la habitación, como un perro maltratado. Hanson tomó el teléfono celular de su bolsillo, y buscó un número de contacto.

—Entonces utilicemos eso a nuestro favor, ¿qué te parece? Quiero que lo llames, que conversen un rato. Supongo que vas a estar un tiempo con nosotros, no querrás extrañarlo, ¿verdad? —sonrió.

—Él va a venir por mi, y usted lo sabe.

—Claro que lo sé, es lo que espero. Pero primero tiene que encontrarme —Hanson le tocó la tecla verde de llamada, y le hizo un gesto con el teléfono para que lo tomara—. Adelante, todo tuyo.

Honor y sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora