11

20 8 16
                                    

En su mansión, en la sala de reuniones, Hanson estaba reunido con Papá Muerte, quien, recostado en su silla de ébano fino a la derecha de Hanson, fumaba despreocupadamente un habano. Hanson, por su parte, revisaba unos documentos con los últimos ingresos de sus negocios, negocios limpios donde poder lavar dinero bajo nombres e identificaciones falsas. Empresas de vuelos privados, automotoras, cadenas de supermercados, fabricantes de electrodomésticos, todo era viable, y sus chivos expiatorios estaban repartidos por todo el globo terráqueo. Eso convertía sus negocios en un muro infranqueable de protección ante la ley, sin contar la ayuda de algunas personas externas a su asociación, que a cambio de guardar silencio recibían una muy buena compensación mensual. Al final, todos ganaban, porque hasta el hombre más honorable tenía su precio.

Un par de golpes suaves sonaron en la puerta, del otro lado. Hanson levantó la mirada, y habló.

—Adelante.

La puerta se abrió, e ingresó Phil, el enorme seguridad personal de Hanson, con el fusil M4 de asalto en los brazos.

—Señor, Beckerly esta aquí, quiere hablar con usted —dijo.

—Dile que pase, Phil, gracias.

Papá Muerte miró un segundo a Hanson, como si no comprendiera, y este no hizo el menor gesto para tranquilizar a su compañero. Entonces Beckerly entró, con su chaqueta de cuero negro de siempre, los lentes oscuros encima de la cabeza, y el cigarrillo en la mano derecha. A cada paso que daba en el suelo, los zapatos lustrados repicaban. Hanson lo miró, sentado desde su lugar, sin mover un pelo. Lo examinó de arriba abajo como quien observa un producto al que va a comprar, observó cada pliegue de su jean azul, la pistola por dentro del pantalón, con la culata a la vista en el vientre. Por un momento deseó fervorosamente que un disparo se escapase directo a sus pelotas, pero tenía un plan mejor para él.

—La hospitalidad de tu casa ya no es la misma, Hanson. ¿Qué ha pasado? Tus matones me tratan como si fuera un criminal de poca monta —dijo Beckerly.

—Debes perdonarlos, todos están alterados por la muerte de mi hijo —respondió Hanson, con una sonrisa—. Los ánimos están por el suelo.

—Lamento mucho lo que pasó con Peter, en verdad. Supongo que el bastardo que le disparó va a pagar las consecuencias.

—¿Por qué? Es mi hijo, y me duele reconocerlo, pero era cuestión de tiempo hasta que ese muchacho idiota terminara muerto. No pienso hacer una guerra contra la policía por él, olvídalo.

Papá Muerte estaba dándole una pitada a su habano cuando escuchó aquella frase, entonces se lo apartó de la boca, humeando, y lo miró como si Hanson se hubiera vuelto loco de remate.

—Vaya, creí que nos pondríamos a buscar la pista del que asesinó a tu hijo... —comentó Beckerly. Hanson se levantó de su silla.

—Hay mejores cosas que hacer, y problemas más gordos por resolver —caminó hasta el minibar a paso lento—. ¿Quieres un trago?

—No, gracias.

—Pues que lástima —Hanson se sirvió una generosa copa de bourbon, y luego se giró hacia Beckerly con el vaso en la mano—. Dime una cosa, ¿dónde estabas cuando todos estaban dándome sus condolencias? Tu ausencia fue dolorosa para mi, creí que teníamos una buena sociedad.

Beckerly dio una pitada a su cigarrillo antes de responder.

—Tuve que resolver unos asuntos con mis negocios, era muy urgente.

—Ya lo veo.

—Pero también me ocupé de nuestro trabajo, Peter quiso asaltar el Chase para ser uno más de nuestra asociación, para conseguir las criptomonedas, y Kahlil se ha enterado de su fracaso.

Honor y sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora