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Por inercia, volvió a tomar el teléfono celular para marcar el numero de Jeffrey, inútilmente. Lanzó una maldición al tiempo que arrojaba el aparato al asiento del acompañante, y resignado, se dedicó a transitar durante las siguientes dos horas hasta ubicar alguna posada donde detenerse un instante a tomar un desayuno. Al llegar al cruce de la interestatal 20 con la carretera 78, divisó un local de comida rápida y decidió hacer una parada allí, aunque sea por media hora. Estacionó el Camaro en la zona de parkings, al costado de la ruta, apagó el motor y descendió, recogiendo antes el teléfono celular que reposaba encima del asiento a su lado.

Miró a su alrededor, alimentando la esperanza de ver algún detalle que le indicara si por allí había pasado su hermano, o no. Aunque aún se hallaba en plena carretera interestatal, no era un lugar despoblado ni mucho menos, la urbanización era relativamente densa y pensó que le sería muy difícil realizar algún peinado de la zona aleñada con su coche. Además, el menor tiempo que pudiera perder, tanto mejor. Caminó con rapidez hacia el local de comida, empujó la puerta con la mano derecha, haciendo que unas campanillas de cristal tintineasen ante el movimiento, y avanzó hacia una mesa cerca de los ventanales, para poder ver hacia afuera mientras desayunaba. Arrastró la silla de madera un poco hacia atrás, y tomó asiento, mientras que una chica se acercaba a él con una pequeña libretilla y un bolígrafo en las manos.

—Buenos días. ¿Qué puedo ofrecerte? —le preguntó.

—Quisiera un café, por favor —en otras circunstancias hubiera pedido también unos huevos con bacon y manteca, pero con los nervios que tenía encima no creía ser capaz de comer nada sólido hasta dentro de unas cuantas horas más. La chica garabateó en su libreta con rapidez, y luego lo miró. Los ojos de ella se posaron en sus hombros anchos y sus ojos aceitunados.

—¿Negro o con crema?

—Negro, por favor. Sin azúcar.

La chica volvió a garabatear, y luego asintió con la cabeza.

—Enseguida te lo traigo —sonrió, y se fue.

Ron no respondió nada, simplemente entrelazó los dedos apoyando los codos en la mesa, y se tomó la frente con las manos. Aún le parecía estar rodeado por una burbuja de irrealidad, buscando un domingo a la mañana a su hermano fugitivo. Como policía a punto de asumir el cargo, tenía una buena formación tanto física como técnicamente hablando, y sabía que por el momento, estaba atado de pies y manos. Jeffrey no era menor de edad, de modo que no podía reportarlo como desaparecido de buenas a primera, y para reportar lo que había pasado tendría que esperar al menos veinticuatro horas de su desaparición. De modo que con la única herramienta que podía contar, al menos de momento, era con su propia búsqueda personal.

Su mente comenzó a navegar por los motivos que habían impulsado a su hermano a abandonarlos. Sabía que, desde el fallecimiento de su madre, la situación con su padre era cada vez peor. No justificaba en absoluto las acusaciones de James hacia su hermano, claro que no. Pero tampoco podía hacer nada al respecto, sabía bien que una persona mayor y enferma como él, no cambiaria de opinión ni en cien años. De modo que lo único que podía hacer, lo único que estaba al alcance de sus manos, era intentar ser el mejor policía que la familia había tenido. Claro, como si eso fuera una especie de parche familiar, pensó, sin poder evitar sonreír irónicamente hacia la silla vacía que tenía frente a sí mismo. Recordaba que al principio la carrera no le gustaba en absoluto, él solamente quería tener un trabajo normal, como cualquier otra persona. Le gustaba muchísimo la fotografía, el arte y el diseño de interiores, pero temía la reacción de su padre ante aquellos gustos, y acabó por ceder a la tradición familiar. Su abuelo había sido comisario, su padre policía de alto rango, y ahora él pronto lo sería también. Sin embargo, no servía de nada. No podía aplacar de ninguna forma las eternas disputas y reproches entre su padre y Jeffrey.

Honor y sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora