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Blake rebuscaba en los expedientes de Ron, buscando más concordancias que pudieran ir cercando el mapa de investigación que habían trazado vagamente. Ya llevaba dos cajones completos del archivador de metal, y comenzaba a rebuscar en el tercero, mientras Ron tecleaba en su computadora buscando expedientes digitales. Sam, por su parte, había ido a buscar una taza de café para cada uno de sus compañeros, pero en vez de eso, volvió corriendo a la oficina como si el edificio se estuviera derrumbando sobre su cabeza.

­—¡Eh, chicos! ¡Tenemos que salir ahora mismo! —exclamó, en cuanto cruzó la puerta.

—¿Qué pasa? —preguntó Blake, levantando la cabeza de sus papeles, mirándolo sin comprender.

—Hay un atraco en el banco Chase, hay personas y empleados dentro del edificio, y tres guardias muertos. La CIA está allí, tienen sitiado el banco —respondió Sam.

—¿Y qué tenemos que ver nosotros en eso? —preguntó Ron, encogiéndose de hombros. ­—Ya están los imbéciles de la CIA, que lo arreglen ellos, ¿no?

—Es orden de Perkins, quieren que colaboremos.

—Vamos, Ronnie —dijo Blake, cerrando el cajón de metal.

Ron tomó su chaqueta, colgada en el respaldo de la silla, y se puso de pie, caminando hacia la puerta mientras se la ponía por encima.

­—Bah, que remedio... —murmuró.

Salió de la oficina seguido de sus compañeros, cerró tras de sí en cuanto Sam cruzó el umbral, y se dirigió a recepción para tomar la llave de una patrulla y firmar el registro. Luego de rellenar rápidamente el papeleo, metió la llave del Subaru en su bolsillo y caminó hacia la salida. A mitad de camino por el salón principal, Perkins salió de su oficina, alcanzándolo al caminar. Ninguno de los tres tenía aprecio por su director, aquel rechoncho hombre con calvicie progresiva, canosa barba poblada al mentón y su siempre colonia cara, que se echaba en exceso e impregnaba todo el aire a su paso.

—¡Dickens, espere! —exclamó. Ron y sus compañeros no se detuvieron, pero si caminaron un poco más lento.

—Señor, estamos tras la pista de algo importante, ¿no creé que podría mandar otros agentes al banco? —preguntó.

—¿Va a decirme lo que tengo que hacer? Lo único que necesito es que detengan el asalto, y capturen a ese hombre con vida, es de vital importancia.

—¿Por qué? —preguntó Blake.

—Es alguien importante, y las ordenes vienen de arriba.

—¿Inteligencia sabe algo que nosotros no? —preguntó Sam, de forma suspicaz.

—Señor, no podremos hacer bien nuestro trabajo si nos oculta información —intervino Ron.

—Solo vayan allí, y traigan a ese hombre, es prioridad uno, ¿comprende? ¡No lo volveré a repetir!

—Ya, vamos... —dijo Blake, tomando del brazo a Ron.

Salieron del edificio a paso rápido, dirigiéndose a los estacionamientos oficiales. Ron le quitó la alarma al Subaru azul que estaba al final de la línea de coches, y subió del lado del conductor al llegar. Sam a su lado y Blake detrás.

—Vaya puto imbécil —murmuró Ron, mientras sacaba un cigarrillo de su paquete.

—Ya, ni le hagas caso. Vamos a lo nuestro y listo —dijo Sam, a su lado, mientras encendía un Camel. Ron lo miró, mientras encendía el coche, para salir a la calle.

—¿Ya te vas a poner a fumar esa mierda? —le preguntó. —¿Con qué los fabrican? ¿Con mierda seca de caballo?

—¿Qué te pasa? ¿Acaso tú eres el único que puede fumar dentro de un coche oficial?

Honor y sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora