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Durante las siguientes treinta y seis horas desde la discusión con Perkins, Ron se dedicó a vaciar su apartamento de las cosas más importantes, como la ropa, algunos documentos imprescindibles, archivos que solo tuvieran relación con Hanson y sus secuaces, y trasladar todo hasta la casa de su padre. Suzanne, por su parte, había solicitado al menos una semana libre de su trabajo, a medio sueldo, para instalarse cómodamente en la casa, cancelar los servicios de su cuidadora personal, y ordenar todo. Claro que aquellas cuestiones le acabarían por resentir el sueldo a fines del mes, pero Ron prometió compensarle cada dólar perdido. Para él no era un problema, y aunque no ganase fortunas, prefería aquello con tal de mantener a su hermana a salvo de cualquier cosa.

Aquel jueves a la tarde, Ron salió del edificio del FBI rumbo al estacionamiento. A su lado, Blake y Sam caminaban con él. El trío tenía un aspecto lamentable, Ron presentaba gruesas ojeras de cansancio, producto de la falta de sueño, Blake caminaba con los hombros bajos y las manos en los bolsillos de su gabardina, y Sam fumaba distraídamente su Camel mirando hacia adelante como si tuviera la mente en blanco. Y la verdad, tenían todos los motivos del mundo para sentirse desanimados.

—No hay ningún hilo por donde tirar, ¿no? —preguntó Ron, por completa rutina. Ya imaginaba la respuesta.

—Nada —respondió Blake—. Estuve todo el día revisando archivos e informes viejos, Hanson y sus hombres son muy metódicos a la hora de actuar, o tienen alguien dentro que les limpia las huellas.

—Yo tampoco encontré nada, lo único relevante que hallé fue un cómplice capturado en Ohio por triple homicidio, al parecer un ajuste de cuentas o así. Cuando intenté rastrear al sujeto, lo habían asesinado en la penitenciaría hace ocho años —comentó Sam—. Luego nada, otra vez.

—Vaya mierda... —murmuró Ron, encendiendo un cigarrillo.

—Eso no es lo peor.

—¿Qué?

—Nos estamos quedando sin recursos, hemos analizado todos los archivos y expedientes en tiempo récord —dijo Sam—. Si no encontramos nada en esta semana, tendremos que remontarnos a expedientes todavía más antiguos. Será una tarea extrema.

Ron llegó a su Camaro, apoyó la mano en la palanca de la portezuela del conductor, pero no abrió. La retiró, al tiempo que se giraba hacia sus compañeros, negando con la cabeza.

—Siento que los he metido en algo demasiado grande, chicos. Lo siento.

Blake lo miró sin comprender.

—¿De qué hablas? ¿Es que te has vuelto maricón o qué? Si estamos contigo es porque podemos hacerlo —dijo.

—Pero siento como si estuviera anteponiendo mis intereses personales por encima de la investigación, y no puedo involucrarlos a ustedes en esto.

—Olvídalo —dijo Sam, negando con la cabeza—. Ve a casa y descansa, mañana será otro día mejor. Tenemos que revisar los últimos expedientes que nos quedan en los archivos de registro, y si no hallamos factores de pistas en ellos, seguiremos con los más antiguos.

Ron asintió con la cabeza, abrió la puerta del conductor e ingresó en el coche. Encendió el motor y salió del estacionamiento tocando la bocina un par de veces, y una vez en la calle, aceleró rumbo a la avenida Westbane. Ingresó en el tráfico tras cederle el paso a una Toyota familiar, y encendió la radio en la estación de rock and roll que había presintonizada, mientras tamborileaba con los dedos sobre el volante. Su mente no dejaba de procesar información a velocidades infrahumanas. Aún le costaba creer que no pudieran hallar una sola pista, por muy minúscula que fuese, acerca de los contactos o el modus operandi de Hanson.

Honor y sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora