Capítulo 4 parte B

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Para nada hubo sido sorpresa la llegada de otro crío al orfanato; y en lo que Candy preparaba un biberón, el bebé que lloraba sobre su cama tenía toda la atención de un hermoso, aunque enclenque niño.

Derek contaba con cuatro años de edad, de los cuales dos llevaba viviendo con gripes constantes y una horrible tos que a veces le impedía tener una vida normal.

La hermana María quien miraba la ternura en sus ojos claros, sonrió al igual que la señorita Pony cuando al ver llegar a Candy, a ésta le preguntaba:

— ¿Es un extraterrestre?

— ¿Por qué crees que lo es?

— Nunca había visto uno como él.

Derek había dicho con natural honestidad; pero al oír el golpecito en el cristal de la ventana, ahí posó sus ojos; y con la indicación que desde afuera le dieron, volvía a cuestionar:

— ¿Es cierto que se quemó en la pancita de su mamá?

— ¡Derek, ¿qué cosas se te ocurren?! — hubo sido el regaño por parte de la Hermana María de quien se quiso aclaración:

— Entonces, ¿por qué él es...?

— En ciertas partes del país y del mundo hay gente de ese color.

— ¿Chocolate?

Candy asintió con la cabeza; sin embargo, el niño no cesaba de preguntar:

— ¿Y también sabe a mi sabor favorito?

La rubia enfermera, no aguantando las ganas de echarse a reír lo instaría:

— ¿Por qué no lo pruebas por ti mismo?

Dado el permiso, el inocente chiquillo tomó la mano del lloroncito y la lamió, usando cierto toquecito de decepción al confirmar para sí:

— No sabe a nada.

— Sin embargo, tú si sabes a vainilla.

Candy dejó al nuevo inquilino a cargo de las hermanas para juguetear con el preguntón:

— ¡Y a mí me encanta la vainilla y ahora voy a comerte!

La sonriente y pequeña víctima no pudo alejarse mucho, porque la rubia lo atrapó y lo levantó por los aires; luego, sobre el sofá de la sencilla sala lo tumbó para que sus manos recorrieran el cuerpecito delgado de la criatura, que conforme se retorcía debido a las cosquillas que sentía, exclamaba:

— ¡No, Candy, no! ¡Así no!

No obstante, el ataque de tos que se presentara hizo que la joven abandonara su jugueteo para darle rápida atención médica.

Ya más tranquilo, Derek de nuevo preguntaba:

— ¿Le vas a querer más que a mí?

— Le querré como a todos.

Con su confesión, el pequeño se entristeció; y Candy...

— No pongas esa carita, mi amor, porque bien sabes que mi cariño hacia ti... —, se le acercó al oído para secretearle: — es muy especial.

— ¿Porque estoy enfermo?

— Y porque...

— ¿Candy?

Otro chiquillo apareció en el área para entregarle recado.

— El señor Johnson acaba de llegar.

— Muy bien. Gracias, Santiago. ¿Vienes, Derek?

La joven se puso de pie y extendió su mano al niño que la aceptó, optando él:

CAPRICHOSO ES EL DESTINOWhere stories live. Discover now