Capítulo 6 parte A

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Con la excusa de tener un nuevo bebé en casa, Candy rechazó una vez más a Neil Legan.

Éste, sin resentimientos y con mucho dolor, finalmente decidió poner fin a todo. Su reciente fechoría le había dado tiempo suficiente para analizar sus desagradables actos, encontrándoles, increíblemente a todos, su debida justificación: la influencia de Eliza sobre él.

Sin embargo, en la última cometida, su solitaria participación lo había llenado de remordimientos o, mejor dicho, de muchos hubieras, porque... ¿hubiera sido capaz de disparar contra aquellos pequeños? ¿Hubiera sido fácil escapar de ir a la cárcel? ¿Su poderosa familia hubiera defendido su causa? ¿Albert, el benefactor mayoritario de aquel lugar, hubiera intervenido a su favor? Pero qué tal la pregunta que le hacía erizar la piel... ¿hubiera el vaquero Tom, como lo hizo, accionado su arma, pero contra él?

Hasta aquí, Neil se paraba a reflexionar y después de tanto, optó por seguir apreciando la vida, por ende...

Candy, al ver por primera vez honestidad en el trigueño, había pedido a los pequeños retirarse.

Aquellos, lo más lejos que llegaron fue a la puerta del hogar. Desde ahí, observaban todo y cada uno de los movimientos del enemigo visitante que a la rubia había continuado diciendo:

— Sólo vine por una respuesta; ya me la has dado, así que únicamente me resta decir... adiós, Candy.

El joven extendió su mano sosteniendo las flores hacia ella que de cierto modo lo miraba y decía con imploración:

— Neil, por favor, entiende...

— Lo he entendido, Candy.

— Pero...

— No te preocupes; voy a estar bien. Después de este nuevo rechazo tuyo, todo va estar bien a partir de hoy, ya que... no pretenderé ni nunca pretendí irme a la guerra como lo hizo Stear.

— ¿Estás seguro? ¿lo prometes?

— Te lo prometo.

— Si es así...

Candy y su noble corazón confiaron y decidieron abogar por él.

— ... convenceré a los niños de ir contigo. ¡Hace tanto que no salen de aquí que no le veo obstáculo alguno!

Mas como todo, la rubia se aprovecharía para decir:

— No te importara si la señorita Pony y la Hermana María quieran acompañarles, ¿verdad?

— ¡Por supuesto que no! Será un placer.

La contestación dejó asombrada a Candy, quien después de entrar con todos al hogar y negociar, envió al mayor de los chiquillos para anunciar el veredicto:

— Está bien. Nosotros también te perdonamos. ¡¿Adónde nos llevarás?!

El resto que los miraba desde la ventana, gritó de felicidad cuando vieron a Santiago enviarles indicación de salida.

A la ruidosa algarabía que los niños llevaban, se unieron las palabras de agradecimiento de las religiosas.

Ellas también hacía bastante tiempo que no salían del Hogar gracias a la presencia de Candy que se encargaba de hacer las diligencias pesadas.

Así que, mientras pequeños y grandes se iban acomodando en el vehículo de Legan, otro automóvil se veía cada vez más cerca.

. . .

Con su cometido a cuestas, Archie y Annie hicieron acto de presencia; y redundantemente, la presencia de un siempre desagradable Neil ponía en alerta a cualquiera, no siendo la excepción en el joven Cornwell quien, en el momento de detener su transporte, quiso saber el destino que tomarían.

Uno de los niños era quien respondía:

— ¡Al pueblo a comer salchichas! ¿Vienes, Archie?

El elegante castaño, mirando con desconfianza a su primo, volvió sus ojos a la pequeña bailarina, y sonriente contestaba:

— ¡Absolutamente, Nicole!

Aún así, de Neil se quiso conocer:

— ¿De cuándo acá te nació tanta amabilidad para con ellos?

— Archivald, yo...

— Te vigilaré en todos tus movimientos. Así que, no intentes nada — se le amenazó, indicándosele a otros pequeños subir al automóvil para no ir tan sardinamente apretados.

Candy, quien los miraba desde el porche, recibía a Annie.

Ésta había corrido a su lado para ver al bebé que sostenía en brazos.

— ¡Otro! — expresó la morena ojo azul.

— Sí — afirmó la rubia dejando mostrar al pequeño.

Y en lo que Annie lo analizaba con curiosidad, un:

— ¡Diviértanse! — se escuchó por parte de Candy.

Ya que los vieron marcharse, las dos hermanas se dispusieron a ingresar al lugar que las acogiera.

Annie Brighton seguía siendo la misma chica sumisa y tímida, sólo que de facciones y modales más refinados.

Su eterno noviazgo con Archie, el cual se estaba preparando para trabajar a lado de Albert, le estaba dando el tiempo suficiente para recibir de maestros privados y principalmente de su madre, las clases y los consejos de cómo ser una perfecta esposa y cómo conducirse adecuadamente ante la sociedad a la que los Andrew pertenecían, por eso Candy, en un tono curioso, preguntaba:

— ¿Sabe tu mamá que venías para acá?

— Aquí específicamente no, pero sí a Lakewood.

— Me lo imaginé.

— ¿Dónde lo encontraste? —, el niño por supuesto.

— Igual... en el campo. ¿Me ayudas a bañarlo?

— Claro.

CAPRICHOSO ES EL DESTINOWhere stories live. Discover now