Capítulo 10 parte A

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Apenas revelado un nombre que se hubo exigido, Terruce apresurado salió de la habitación, y sobre el sillón del pasillo lo encontró sentado.

Habiendo corrido hacia él, lo pescó rudamente por las solapas para demandarle:

— ¡¿Dónde encontraste a Derek?!

Albert se sorprendió de la ligereza con que fue levantado de su asiento.

— ¿Por qué te interesa saber?

— ¡Tú no te entrometas, Archivald! —; a éste se le pidió y de nuevo al rubio: — ¡Contesta, ¿dónde lo encontraste?!

Aplicando también su fuerza, Albert ya intentaba liberarse del rígido agarre; no obstante, Eleanor quien venía llegando, fue hasta ellos preguntándole a su hijo:

— ¡Por todos los cielos, Terry, ¿qué pasa?! —, consiguiendo ella que lo soltare.

Pese a, Terruce de nuevo exigía conocimiento conforme iba tomando aire y asiento:

— ¿Dónde lo encontraste?

Confundido, Archie miró a Albert; y el banquero, en lo que se acomodada su desarreglado saco, veía al actor cubrirse el rostro con sus manos y contaría a medias lo que así pasara:

En todo su primer año como cabeza del clan Andrew, Albert recibió las enseñanzas de George Johnson.

A su lado y lo que fueron tres meses estuvieron en Nueva York y en Wall Street.

Ahí, conforme el joven banquero aprendía el manejo de valores, se hizo de también jóvenes amistades que después de tensos días de trabajo, se reunían en diferentes lugares para según ellos deshacerse del stress.

Al principio, y porque debía estar enfocado en su función, Albert rechazaba las invitaciones para encerrarse en su despacho y continuar trabajando; pero después del segundo mes, George lo impulsó.

Eres joven. Sal a distraerte un poco.

Y aunque primero desistía argumentado que ya la Tía Elroy le había dado el tiempo suficiente para hacerlo, el rubio, siempre sí aburrido del encierro, comenzó a salir con ellos.

Visitar centros nocturnos era su distracción preferida; lo mismo que el hipódromo donde podían seguir apostando, haciéndose de fácil dinero o perdiéndolo a bonches.

Pero al concluir el mes tercero, Albert anunció a aquellos despilfarradores que ya era tiempo de regresar a casa. Así que, para despedirle, lo citaron en el teatro.

William arribó a la hora entre tarde y noche. Y estaba bajando de su auto cuando una andrajosa mujer sosteniendo un bulto en sus brazos se le acercó para pedirle una caridad.

Los billetes que el rubio de inmediato sacara para colocarlos en la mano sucia de la madre, fueron pocos para ella que llorando le dijo:

¡Señor, con esto no puedo mantener a mi hijo! ¡Por favor, quédese con él!

Señora —, Albert se molestó por un momento; — lo que me pide es imposible.

¡Ándele, no sea malito! ¡No es para nada lloroncito! ¡Mire que, a mi lado, mi criatura se me morirá!

¿Y qué de su padre?

Agachando la cabeza, se le contestó:

La verdad no sé de quién sea; y yo sola, no podré con otra boquita más. ¡Tengo que alimentar a ocho!

CAPRICHOSO ES EL DESTINOWhere stories live. Discover now