Capítulo 6 parte B

97 10 1
                                    

Candy aguardó a que Annie dejara su bolso en el sofá para poner en sus brazos al dormilón crío.

Y mientras la morena lo sostenía y un tanto tosca lo arrullaba, la rubia corrió a la cocina para preparar ahí lo necesario.

Luego, Candy visitó una habitación, y de un viejo closet tomó frezadas, así como usadas, pero limpias ropillas, las cuales entregó a la visita que ya había colocado al chiquillo que arremolinaba su cuerpecito sobre la mesa para deshacerlo de sus prendas que no eran ni finas, pero tampoco corrientes.

Ya desnuda, se tomó a la criatura.

Ésta, al sentir el agua tibia en su crespa cabecita, comenzó a llorar.

Y conforme Candy lo hacía calmar con dulces palabras, Annie se dispuso a agarrar la toalla y a observar a su hermana en sus delicados movimientos, actos que dieron pie para empezar a realizar la tarea que Archie le había encomendado a su novia.

Por consiguiente, "la tímida", al notar el trato amoroso, se le hizo fácil comentar:

— ¡Yo me muero por tener uno de Archie!

— ¡Annie!

Junto a la fuerte exclamación, a Candy se le escapó el jabón de las manos.

El sonrojo que cubrió a la morena no le impidió empezar un cuestionamiento:

— ¿No te gustaría tener los tuyos propios? Eres tan cariñosa con ellos que serías la madre perfecta. Una verdadera, Candy.

La nerviosa rubia, tratando de concentrarse en la limpieza del niño, desviaría su contestación:

— Espero que Albert llegue a tiempo para bautizarlo.

Con la masculina mención, se calificaría mayormente:

— ¡Él también sería un grandioso padre!

— No lo dudo, Annie.

— En serio, Candy, ¿piensas quedarte aquí para siempre?

— El tiempo que sea necesario.

— ¿Y si el amor llega a la puerta?

— ¡Estará extraviado, porque te juro que yo no lo llamé!

La rubia bromeó; en cambio, una seria morena decía:

— Entonces, ¿has cerrado definitivamente tu corazón a esa oportunidad?

— No, porque los niños lo van ocupando.

— Sí, pero...

Annie rodeó la mesa para quedar frente a frente, y ardid:

— ¿Qué harías si el príncipe azul estuviera más cerca de lo que crees?

— Ese, en estos momentos, está muy ocupado atendiendo sus negocios.

— ¡¿Que dijiste?!

La visita creyó necesitar una silla debido a la sorprendente respuesta dada; pero Candy no se lo permitió al pedirle en un grito:

— ¡Annie, pásame rápido la toalla que el niño se está poniendo morado!

La morena obedeció; y conforme el chiquillo era arropado y secado, Annie fue un poco más allá en sus preguntas.

— Candy, ¿qué harías si supieras que Albert está enamorado?

Mostrando serenidad y honestidad, la rubia exclamaba:

— ¡Lo felicitaría! Es un ser que merece ser amado.

— ¿Hasta por ti?

— Yo ya le amo.

CAPRICHOSO ES EL DESTINODonde viven las historias. Descúbrelo ahora