Capítulo 12 parte A

122 15 5
                                    

El reloj del edificio que se divisaba enfrente marcó su hora; y con ella, él contó dos de estar esperándola.

Entristecido, en la hojita seca que era arrastrada por la corriente del río Chicago, posó sus ojos azules, pero su mirada fue más allá de la profundidad; y al no encontrar absolutamente nada, Albert suspiró y se apoyó del barandal que lo separaba del agua.

El anillo que anteriormente había colocado en su dedo, chocó contra el metal; y debido a su sonido, atrajo la atención del banquero que lo admiró una vez más.

La joya era indudablemente una belleza artesanal, y por lo mismo, demasiado cara.

La ilusión de verlo puesto en ella le volvió alegrar el alma unos instantes; luego, el sentimiento se disipó con la brisa fresca que corría en la ciudad.

Con una idea en mente, Albert jugó con la prenda; después, se desprendió de ella para decir conforme ejecutaba:

— Junto a este anillo, aquí dejaré hundido mi amor no correspondido. Sé feliz, Candy. Sean felices los dos.

El que había sido despedido y llevaba tiempo haciéndole compañía en silencio, al mirarlo llevar a cabo su descabellado acto, finalmente observaba:

— Debiste esperar un poco más.

— ¿Para qué, Archie? Candy no vendrá.

— ¿Piensas que él...?

— Hasta eso, creo que fue ella la que así lo decidió.

— Pues yo no; y digo que te precipitaste tontamente.

— Precipitado hubiese sido mi petición de casarse conmigo.

— ¡Pero tenías la oportunidad de llevártela lejos y allá...!

— Escocia también guarda sus recuerdos, ¿lo olvidas?

Archie se masajeó la barbilla para darle la razón, por lo mismo, poniendo una mano sobre su hombro, Albert decía:

— Así estuvo mejor, sobrino.

— No quiero ser insolente contigo, pero... no te conocía esta actitud de perdedor.

— Hasta eso, no me ofendes, porque no lo soy. Sin embargo, más hubiese perdido en un futuro porque...

— ¡¿Tu trabajo?! Al acabarlo, todas las noches tendrías en casa una mujer esperándote. ¿Tus viajes constantes? ¡Ella estaría más que contenta de ir contigo a todas partes! ¿Reuniones sociales? Con el tiempo se iría acostumbrando.

— ¿Y eso te parece justo para Candy? No, Archie; ella es un ser libre, y no tan fácilmente se le puede encerrar, así sea, en una jaula de oro. Tú y yo nacimos en ella, y por lo mismo, nuestras alas están cortadas tanto a la libertad como a la felicidad.

— No necesariamente, porque podemos ser felices si nos lo proponemos.

— ¡Por supuesto! y ya que lo mencionas, te pregunto... ¿ya aprendiste amar a Annie?

— Pero podría hacerlo.

— ¿Cuándo? ¿Cuándo ya estén casados? Eso es más egoísta de tu parte.

— Le di mi promesa a Candy de quedarme con Annie.

— Entonces, si es así... vuélvelo a considerar para que en ustedes no se repita lo que a leguas se notó, la fatal historia entre Terruce y Susana.

— ¡Vamos, Albert; estás hablando de Annie! Ella es totalmente diferente y no la...

— Tenía entendido que también Susana lo era, porque supo convencer a Candy de un amor hacia Terry, que al parecer... nunca existió. Así que, Archivald, dejemos que ellos, sin rencores ni resentimientos, retomen ese amor interrumpido e intenten ser felices, que presiento lo serán así como nosotros al continuar con el sendero que desde hace tiempo se nos marcó.

CAPRICHOSO ES EL DESTINODonde viven las historias. Descúbrelo ahora