trentanove

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—Antonella

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—Antonella... — murmuró en la soledad de su despacho, hace mucho que no pensaba detenidamente en ella.

No es como si hubiera olvidado su existencia – en cierta parte sí –, pero su caótico pensar se volvió confuso de la noche a la mañana, misma en la que Jungkook entraba en su vida para enseñarle verdaderamente qué es el amor.

Ahora que puede vivir eso, un tanto apresurado, puede decir con certeza que, lo que afirmó sentir con ella, no era más que preocupación. Sí, quiere creer que la desesperación tras las presiones de su madre, hizo que se colgara a la vaga idea de desposar a la primera mujer que le resultara atractiva.

Por ello también desechó la idea de poder encontrar tan rápido después de ver las cicatrices del pintor. Aunque aún la curiosidad sigue en su persona y, tal vez, puede que quiera verla de frente algún día.

Fue extraña la manera en la que el pelinegro se deshizo de ella de un momento a otro. Cuando le dijo que se iría de Firenze, lo primero que pensó fue que se iría con la mujer para poder consumar matrimonio, lo cual hizo que su pobre y olvidado corazón duela un poco. No podía permitirlo, por alguna razón se sintió reemplazado en su mundo fantasioso.

Ahora que Antonella no estaba en su camino, ¿qué es lo que debían hacer?

¿Formalizar con él? Pero, ¿cómo hacerlo sin que los demás lo sepan? ¿Se lo dirá a Hoseok? ¿Namjoon lo sabrá? ¿Será capaz de delatarlos? ¿Podrá esconderlo de su familia? ¿Qué harán para que su relación – o lo que sea que tengan – vaya avanzando con tranquilidad? ¿Cuándo sabrá toda su historia? ¿Logrará encontrarse a sí mismo al final del día?

Tantas preguntas y ninguna respuesta.

—Estoy tan perdido.

—Pero si estás aquí.

La voz de Yoongi le provocó un bufido cansado. Había entrado en el momento justo que abrió su boca, incluso la puerta de su despacho seguía abierta.

Le gustaba su compañía, le satisfacía poder pasar con su único amigo después de tanto tiempo, aún seguían poniéndose al corriente de lo acontecido en sus vidas que no podía contarse en cartas.

Esta semana se la dedicó, dejando de lado un poco al pintor, quien a veces les escuchaba hablar con compresión, quien se fue hace un par de horas con la llegada del anochecer.

—Dame una pluma y papel — le dio lo pedido con desinterés, el pelinegro se sentó frente a él con la disposición de escribir —. Y quita esa cara que me espantas.

Ahora ni si quiera podía analizar en las posibilidades que tenían.

—¿Una carta para Mia? — preguntó, queriendo distraerse de sus pensamientos.

—Sí, pero también necesito hablar con Brina y no pienso volver a Bari por el momento — se le veía de mal humor y con un poco de desesperación —. Me acaba de pedir el divorcio.

Bella Mujer. | kth | jjk |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora