Capítulo 1: Heterocromía frente al espejo

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Sentada frente a un gran espejo de cuerpo entero y examinado detalladamente con los ojos rojos su cuerpo, Até lloraba en silencio, odiándose cada día un poco más. Le costaba demasiado evitar tener esos pensamientos, porque se había convencido que así era, que nunca cambiaría y no habría caso en hacerlo.

Ayer, luego de mucho tiempo, había acompañado a sus padres de compras, la chica no había soportado el lugar ni la aglomeración social. Su pecho demostraba lo agitada que estaba, las impulsivas ganas de largarse a llorar y arrodillarse, estando harta de, según ella, ser débil, pero más no se podría comentar de lo qué pasó ese día, porque las marcas rojas de sus antebrazos hablaban por si mismas, casi haciéndose pasar por arañazos de Skot, el gato negro con heterocromía que tenía desde hace seis años. El gato, naturalmente, era bastante arisco, así que ella no tenía que esconder su pobres brazos, ya que deducirían fácilmente que la culpa la tenía, el para nada benévolo, Skot.

Dejó de posar sus ojos en su cuerpo y los elevó a su rostro, vio sus labios resecos y un poco pálidos, por lo que inconscientemente se los relamió, sintiendo el salado de sus lágrimas. Luego pasó a su nariz, era respingada, ella creía que era lo más bonito que poseía, pero después pasó a su debilidad. Los ojos. Tan raros e inusuales, tales como los del gato negro. Heterocromáticos. Uno de azul demasiado oscuro, pero aún así se podía distinguir la pupila, y el otro café claro, con algunas manchas zafiro sombrío. Era demasiado extraño. Pero lo verdaderamente extraño, según nuestra opinión, era que a pesar de su imperfección, ella aceptaba tal y como era al gato, que a su vez tenía un iris color amarillo y el otro verde.

— No sé sí pueda seguir así, Skot — musitó Até, con una voz angustiada.

El gato no contestó, pero de alguna manera, hablar con él le había servido montones a la chica, pues habría caído en la locura aún más temprano de lo que debía si no.

Até se secó las lagrimas, las últimas que iban saliendo, tomó la camisa amarilla que contrastaba con su piel morena y se la colocó, pero aún examinándose detalladamente.

Se levantó y salió de su cuarto, ordenando un poco los rizos negros con forma redonda que caían a ambos lados de su rostro de manera revoltosa y rebelde.

Avanzó un poco desorientada por la sesión de llanto que tuvo, pero aguantó el ardor de sus ojos y procuró que su rostro ya no estuviera mojado.

— Buen día A, ¿Qué tal estás? Te levantaste tarde.

Até miró a su hermano de manera recelosa al ver su buen estado de ánimo, el cual no tendía a durar demasiado, y generalmente era causado por... Bueno... Por cosas que a ella no le convenía meterse.

Zeus tenía lo que se podía llamar suerte física. Era de estatura promedio, — aunque a sus ojos un poco bajo de igual manera — cabello negro pero liso, sus ojos eran rasgados demostrando su herencia asiática y su nariz era recta pero al final le resultaba respingada, siendo así que en los pensamientos más profundos, ella lo comparase con un cerdo. Pero al practicar atletismo tenía buen porte, y se le hacía difícil que aquel apodo secreto le quedase.

Ahora venían sus padres, uno rubio y el otro de cabello castaño, ambos eran de baja estatura y de ojos verdes, con facciones finas dignas de un rey.

En cuestión, nadie era, ni siquiera, mal parecido.

— Bien. Cómo cada mañana Z.

Tenían la costumbre de llamarse por la inicial de su nombre. Ella era A, por Até y su hermano
Z, por Zeus.

Sus padres no fueron los mejores selectores para sus inusuales nombres, pero a la chica sí le gustaba el suyo, aunque ni supiese lo que significaba. En cambio, su hermano lo odiaba, al punto que se hacía llamar Zack para no mencionar el verdadero.

A pesar de ello, tenía la leve sospecha que se hacía llamar como algo para nada bueno, porque habían personas que al oír su nombre ponían una cara de desagrado o simplemente rechazo, pero a Zeus le decían cada vez que podían que su nombre significaba realeza y poder, cosa que afectaba bastante al autoestima de Até. Ella también pensó en hacerse saber con otro nombre, pero lo descartó al no encontrar ni uno que le convenciera, conformándose con la burlas que llevarlo implicaba, arruinando de manera casi mecánica su vida social y retrayéndola a la timidez, aunque igualmente seguía siendo amable y afable cuando podía, porque después de tanto, aún no perdía las esperanzas de encontrar algún amigo.

Se podría considerar la típica chica solitaria, de esas cliché, y por más que hubiese luchado contra ese prejuicio, nunca lo logró del todo.

— El desayuno está en la mesa, Até. Haz tardado mucho. Ahora Zeus... — empezó a decir Kevin viendo las noticas.

— Zack, papá, Zack — interrumpió el favorito —. Y no importa si Até se tardó, igual vamos a llegar.

— Claro — masculló su padre observándola con desaprobación.

Até con dificultad tragó el estrepitoso nudo que se estaba formado en la garganta ante lo dicho por su padre, contra él no podía decir nada malo, no podía contradecirle, y lo más importante, debía estar callada si él no le hablaba antes.

Con ojos vidriosos y seguramente rojos empezó a comer. No importaba cuanto tratara de entender el casi nulo amor que su padre Kevin le daba, mientras que Nico era alguien más despistado, sin embargo, más cercano a Até. Pero nadie lo era tanto como para saber el suplico que era su día y noche.

No hubo tiempo para seguir desayunando, el reloj ya casi daba las ocho quince, la hora en la que deberían estar presentes en la escuela, que más bien parecía una mansión antigua embrujada, su fachada era gris y siempre habitaba una niebla espesa, en la cual las cosas se distorsionaban y de todo podría pasar. Los profesores eran serios, casi de metal, sus ojos siempre eran grises, eso lo notó Até, por lo que se preguntó si es que era la única que lo había notado, y ya que no tenía con quien comentarlo sin que le creyese loca, tuvo que guardarse cualquier tipo de teoría fantasiosa que solo ocurrían en sus libros y películas, los que hace tanto tiempo no leía ni observaba.

***

Una vez en Black Bird School — el nombre le iba de maravilla — Até tuvo que pasar cabizbaja por los pasillos, sin la compañía de su hermano, pues él no era ni por casualidad como ella, eran de mundos diferentes, y por desgracia, ambos los sabían.

Más de uno se le quedó mirando con extrañeza y desaprobación, tal y como lo hacía su padre, tal y como lo hacía ella frente al espejo de su pequeño cuarto, inventado cada vez apodos más hirientes para que su mente entendiera que nunca iba a ser como los demás.

¿Por qué hacía eso? ¿Por qué quería ser como los demás? ¿Qué le incitaba a querer serlo? 

No obstante, Até era inteligente, demasiado, por lo que incluso para ella se le hacía casi incomprensible entender su baja autoestima, porque si era inteligente, ¿Debía ser sabia?

Sus notas eran buenas y aceptable, a veces increíbles, y solo por ello la molestaban, pero era dulce ¿Verdad? Al punto de ser empalagoso, así como era tímida ¿No? Pero todo humano tiene defectos fatídicos, y bastantes de estos estaban por despertar. Muchos. Pero solo había que recordar una cosa para seguir adelante y cuerdo; Até no era mala.

Até | Mestizos IWhere stories live. Discover now