Capítulo 9: Jack y su séquito

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Éter, el chico, miraba el techo de su habitación. Lo consideró insípido y aburrido, tal y como era su vida si se ponía a rememorar antes de Kal, que tenían que disculparla por sus modales, nunca se había presentado ante los chicos con heterocromía, ella disfrutaba ver cómo los mestizos iban aprendiendo y su reacción al verla, observar sus ojos en totalidad negros y la sonrisa amarilla con la voz rasposa y gélida.

Éter negó con la cabeza, tratando de disipar sus pensamientos, pues estaba tan perturbado con la aparición de la chica que lo único que hacía era pensar en ella, preguntándose en cómo alguien así puede existir, hablando físicamente, claro, pues la contorsión de su cuerpo era espeluznante y su sonrisa solo aparecía en textos oníricos.

Así como pensaba en Kal, pensaba en Até, no podría olvidar nunca en la manera inquietante en la que lo observó, como si él fuese una presa y ella estuviese lista para saltar, pero no por un instinto de hambre, sino de hacerlo para defenderse. Eso pensaba el chico, que Até lo veía como una amenaza, ¿Amenaza para qué o quién? ¿Para ella? ¡Pero si él se escondía de su propia sombra! Pero si hablamos de temores, Éter le tenía un profundo miedo a la noche, a la luna y a las sombras que aparecían, era como una danza donde se tenía de pista al cielo oscuro y las lejanas estrellas.

Era un miedo irracional y extraño, pero lo verdaderamente extraño, era que para el entorno del chico, él se comportaba lejano y cohibido, una actitud rara para su habitual carácter amistoso y extrovertido, era la antigua Até la tímida y débil, no el nuevo Éter, era como si sus personalidades se invirtieran después de los sucesos que jamás olvidarían.

Su teléfono vibró a su lado, y encontró un mensaje de su amigo Alex, que decía que se juntaran en el parque a tres cuadras de su casa. Éter no pudo evitar bufar y rodar los ojos, él no quería salir, quería quedarse en casa mirando su blanco techo entre las cuatro paredes de su habitación y si se sentía de humor, quizás, escuchar algo de música.

Su madre, por fortuna, ya había notado los cambios de humor de su hijo, al principio creyó que estaba muy ajetreado con la escuela, pero el tiempo siguió pasando y Éter seguía igual, por lo que trató de animarlo. Pasó tardes con él, cocinó buena comida y trató de conversar algo, para ver si era un problema más profundo, pero nunca pudo ejecutar ese paso de su plan, el chico era escurridizo y sabía muy bien lo que trataba de hacer su madre, por lo que escapaba si intuía que Kira sacaría ese tema.

Pero su madre no tenía tanto tiempo, así que sus intentos fueron decayendo como el ánimo de Éter, que al repasar entre sus recuerdos si es que había sonreído esta semana frunció el ceño, pues era la semana más seria que había tenido, no había llorado ni reído, su mente siempre estaba en blanco y no tenía ánimos de nada, por lo que se obligó a levantarse y ponerse las zapatillas para ir al dicho parque, pero lo haría de mala gana, y al siempre estar al borde de la exasperación bufó más fuerte al no poder atarse las agujetas sin que se le desarmaran al segundo paso.

Caminó con lentitud hacia al parque, evitando una llegada pronta, y se entretuvo falsamente con cualquier hoja que caía a su lado o nube que tapaba el sol invernal.

A lo lejos vio a su amigo, pero se extrañó al verlo con una chica, era alta y de cabello castaño, liso y largo, sus ojos eran entre grises y café claro, labios finos con una nariz pequeña.

De repente las invisibles ganas de asistir al parque se habían vuelto de verdad nulas. No quería ir y estar con su amigo, y menos aguantar a otra persona.

Se iba a dar media vuelta cuando oyó perfectamente su nombre desde lo lejos, pensó en ignorarlo y hacer como si nunca lo hubiese escuchado, pero maldijo por lo bajo al desechar la idea porque ellos ya los habían reconocido.

Até | Mestizos ITahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon