Capítulo 6: Hija de las tinieblas

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— Lo haz hecho bien, Kal. Ahora retírate. Éter ya se enterará por mano de Apolo.

Kal, cabizbaja y con los ojos más relucientes que nunca, miró a su rey, entre sorpresa y miedo, pues ella había hecho todo el trabajo sucio, mientras que Apolo, por más dios que fuese, iría como un niño sumiso a contarle a sus amigos. Kal quería contarle a todos. Ella misma. Quería ver las caras de susto, pavor y terror de los dioses al ver lo que se había desatado.

— ¿Apolo? — fue lo que dijo con la voz igual de rasposa.

Sintió la gélida mirada de Hades.

— ¿Acaso no entiendes que esto no hay que gritarlo a los cuatro vientos?

— Hades, ya dijiste que Apolo le irá a contar a todos. Él, metafóricamente, es "Los cuatro vientos".

Perséfone, la reina del inframundo, estaba sentada al lado de su esposo en un trono de ramas secas y flores marchitas, pero aún así usaba un vestido ligero color amarillo claro, resaltando su cabello rojo oscuro que cautivaba a la primera mirada.

La reina lo miraba con hastío, y él, obviamente, hacía lo mismo. Últimamente discutían demasiado, incluso Deméter había parado una de tantas peleas porque no le dejaban hacer su trabajo primaveral, cosa extraña, pues se suponía que en primavera y verano Perséfone iba a la superficie y dejaba a Hades seis meses, pero él la había acompañado un día porque simplemente la taza de mortalidad aquella vez había descendido de manera preocupante. Seguramente fue un buen día para los asquerosos humanos.

— Bien, ahora el problema es mí hermano y la niña. Tenemos que hacer que pase a nuestro lado para ganar, es difícil que Éter, el chico, quiera, pero ya arreglaré eso — repuso Hades, haciendo una mueca de resignación.

Hades y Perséfone envejecían, pero adoptaban la edad que más le gustase para la ocasión. Por ejemplo, ahora lucían igual que hace tres mil años, jóvenes, y era envidiable la hermosura de ambos. Él de ojos negros como la sima y ella con el cabello rojo oscuro como la sangre espesa y seca.

— ¿Qué hay de Ares y Atenea? Ella puede descifrar algo si se entera por Apolo — apuntó Kal susurrando.

Soslayó hacia el trono de Hades, el cual agrandó un poco los ojos negros con incredulidad, como si Kal hubiese preguntado la cosa más absurda.

— Ares es un aprovechador, no lo juzgo, pues si va todo como esperamos se pasará al mejor bando. Enío y los demás... pues, seguirá a Ares. No son un problema. 

Perséfone y Kal compartieron una breve mirada al notar que el Rey no había mencionado que iba a pasar con específicamente Atenea.

De repente la sala se volvió más fría y obscura. Por el trono de Hades pasó una estela negra que se enrolló como serpiente y luego pasó por el cuello desnudo de la reina, quien se estremeció ante la helada presencia de Érebo, quien se sintió halagado por el efecto que tenía en la reina.

— ¿Ya está hecho el trabajo, Kal? — la voz se sintió como un susurro escalofriante —. ¡Y tú! — apuntó a Hades —, ¿Por qué no me llamaste? Esto me incumbe más que a ti.

Kal se echó hacia atrás tratando de pasar desapercibida ante los tan poderosos dioses que tenía en su presencia, y pensando que, en verdad, nunca jamás diría la razón sobre el porqué excluían a Érebo, ya que también suponían que al dios de las tinieblas no le interesaba demasiado saber que tenía otro bastardo más deambulando por las calles. Pensaba en el pobre como otro desdichado e ignorante más que había traído al mundo por obligación, pues acostarse con una mortal le era casi indignante a Érebo, y sobre todo el hecho que solo era para procrear. 

Até | Mestizos IWhere stories live. Discover now