Capítulo 8: Los Doce Olímpicos

18 3 0
                                    

Draven Callen era la definición de buen hijo, obediente, servicial, respetuoso y bien intencionado, era un chico de cabello negro azabache que se mezclaba con la noche, que tenía  ondulaciones perfectas de manera redonda, ojos de un peculiar gris, uno claro rodeado por uno más oscuro, como si fuese hierro. La nariz de recta y al final un poco respingado, con labios finos y rosados, con una tez blanca como la cera e igual de reluciente.

Se parecía demasiado a su padre, solo que el chico tenía hermoso iris grises que resaltaban con unas leves ojeras, pero eso no detenía a Perséfone, de quien se rumoreaba que tenía algún favoritismo por Draven. Una peligrosa atracción.

— Creo firmemente que debo ir — Decía Jack al lado de Draven de brazos cruzados —, ¿Es que no te entra en la cabeza que puedo ser más importante que tú?

El pelinegro miró con hastío a su amigo, dándole una mirada llena de molestia, la cual había aprendido de nada más y nada menos que de su padre, y con el parecido hacia temblar de miedo a cualquiera, tanto vivos como muertos.

— Que brilles, literalmente, no te da más derecho que a mi, ¿Crees que me eligió por ser su hijo?

Jack no respondió, así que el chico de ojos grises continuó.

— Para él no soy alguien, pero de alguna cosa me tengo que aferrar si quiero salir vivo.

— Si mueres igual vendrías aquí — contestó Jack de manera obvia.

— ¿Y crees que iría a los Campos Elíseos? Claro que no, ésta es mi oportunidad y no lo voy arruinar llevándote, Jack — resolvió el chico con convicción —. Pero, por favor, quéjate con mi secretario. Quizás encuentres hora dentro de mi ocupada agenda.

Jack Strom se comportaba como un verdadero pequeño de cinco años que no consigue lo que pide a la primera, pues seguía a Draven por todo el lugar esperando que él aceptase su propuesta.

— ¡No tienes! Así que lo hago contigo, yo tampoco quiero quedarme estancado, por eso vine aquí.

Draven ya no contestó, él si quería llevar a su amigo, pues le haría de mucha falta, pero era su oportunidad en la batalla. No iba a arruinarla.

(...)

La mañana después del gran episodio de Até, ella se sintió muy bien, más relajada e incluso feliz. Recodaba todo y cada momento, pero no sabía nada sobre su intento de asesinato.

Sus padres quedaron en que aquello había sido un sueño, una parálisis del sueño, y no lo habían comentado con nadie, porque no les era seguro y les tomarían como locos. Ni siquiera lo comentaron entre sí.

Até se miró al espejo luego del baño, y sonrió al verse por primera vez en mucho tiempo. No se encontró con lo más bello, pero sí se sintió conforme con su cuerpo, no era famélica, sus ojos habían adquirido un brillo inusual que los hacía bonitos, y su cabello, pues, ya controlaría la mata de pelo negro rizado.

Tenía la suerte de no padecer de acné, así que su piel era considerablemente bonita, y al ver sus labios secos hizo algo que antes no haría. Los cuidó. Se aplicó humectante y volvieron un poco al lindo sandía que en verdad tenían.

Até se sentía y veía bonita. Vio algunas estrías y cicatrices, pero le parecieron la cosa más bella en su cuerpo, pues contaban todo lo que había pasado. Contradictoriamente, se sintió feliz, bueno, ella no recordaba lo que había hecho.

Se vistió con una camisa negra y jeans azules, se veía bien. Se sentía bien. Y le gustó tanto esa sensación, que intentó prometerse que apenas viera la oportunidad de sentirse así de bien, la tomaría sin dudar.

Até | Mestizos IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora