Capítulo 2: Ojos negros

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— ¡Página treinta y tres! — exigía el profesor.

Até ya sentada en la última fila, viendo las espaldas y cabellos extraños de sus compañeros, comenzó a buscar la dicha página, haciéndole imposible no escuchar los murmullos de un grupo de chicos a su lado, que le dedicaban miradas furtivas y llenas de desprecio, quizás se burlaban de sus ojos, de su cuerpo o de su personalidad.

No pudo concentrarse al sentir varias bolitas de papel que caían en su cabello como la lluvia lo hacía en invierno en aquella zona. Muchas bolitas. Tantas que se enredaban entre sí. Y aunque su mirada varias veces chocaba con las del profesor que veía con incomodidad la escena, él no hacía algo, se quedaba como mero espectador de una obra tediosa e indignante.

— Rara — musitó un compañero inclinándose levemente para que la chica lo escuchara claramente.

Até suspiró cansadamente, rogando de manera mental que algún día pararan con sus juegos y la dejaran en paz, porque ella no sabía ya cómo afrontarlo.

No se dio cuenta que por su mejilla resbalaba una gruesa lágrima que recorría la aleta derecha de la nariz hasta sus labios carnosos y rosados, bajando por el mentón y así caer en la hoja antes inmaculada.

— Eres una estúpida llorona — volvió a escuchar.

Oyó comentarios así el resto de la tediosa clase.

Y el profesor ignoró a ese grupo de chicos el resto de su vida.

***

Para cuando había llegado la hora de almuerzo, la chica se encontraba en un rincón del comedor y sola en una mesa. Era una marginada social, nadie se le acercaba y ella se había cansado de acercarse a ellos. Más de una vez había pensado en buscar algo para... ¿Cómo decirlo? Morir. Sí, eso, sin pudor alguno, porque al fin y al cabo aquella palabra no debía ser tabú al ser algo que a todos no pasaría, ¿No? Pero en el contexto en el que ella se encontraba era casi imposible que una persona le comprendiera sin asustarse y rechazarle.

Ella se consideraba cobarde, porque aún no cometía ni uno de sus retorcidos y siniestros planes, tenía tanto miedo que simplemente no podía cometerlo. Sólo pensar en eso hacía que se le revolviera el estómago del más puro terror... No. Por más que lo pensara, Até no se encontraba lista para hacer algo que implicara el fin de sus días. 

A lo lejos, con varias personas, estaba su hermano conversando animadamente con sus amigos y ella sonrió orgullosa y feliz por él, que no tenía muchas preocupaciones y era un chico muy inteligente, carismático y agradable fuera de casa.

Iba a tomar el tenedor para seguir revolviendo la comida, ya que no tenía apetito, cuando sintió y líquido helado corriendo por su espalda la cual contrajo por el nuevo y asqueroso tacto.

— Por idiota — le dijo una chica.

Instintivamente se levantó sorprendida, viendo con los ojos de diferentes colores y desorbitados a la chica morena frente a ella, que tenía una sonrisa siniestra en su rostro, así como en el suyo sintió el ardor de la comida. Ahora un chico le lanzaba la pitanza en la cara, y lo peor, el alimento estaba extremadamente caliente.

Y gritó.

Gritó tan fuerte y con tal horror que la garganta le quemó.

— ¡Até! ¿Estás bien?

La voz preocupada de su hermano llegó a sus oídos. Voz mentirosa.

Ella lloraba, por lamentable costumbre en silencio, pero lo hacía, con el rostro ardiendo y su espalda mojada. Abrió lentamente los ojos, viendo a su hermano con el ceño fruncido y a los chicos que la molestaron detrás de él.

No vio más opción que escapar, no quería enfrentar a nadie, así que siguió su idea y salió corriendo del comedor, con todas las miradas sobre ella.

Nadie la llamó ni la siguió, tampoco alguien se interpuso en su camino, todo lo contrario, se apartaban del fenómeno heterocromático andante.

Corrió y corrió, como lo hacía un animal asustado, era tal su miedo y dolor que llegó a un parque que nunca en su vida había visto, los árboles estaban secos y podía jurar que los graznidos eran de nada más y nada menos que de cuervos, un ave que no habitaba aquel lugar.

Lo primero que pensó es que ahora debía volver como perro regañado a la escuela, pues prefería eso a ser devorada por los pájaros carroñeros. Tantas historias de misterio y películas de terror que alguna vez leyó y observó la tenían alerta e increíblemente escuchaba cada cosa, por ejemplo, ahora no oía voces ni pasos, así que se detuvo a pensar que porqué no había nadie más en el parque, siendo que habían casas a su alrededor, pero eran plúmbeas, muy grises y pastoriles.

Se volvió abruptamente hacia un columpio que había empezado a chirriar y moverse de un lado para otro. Era, sin dudas, una escena escalofriante que hizo paralizar a la chica, pero lo peor no era eso, lo peor es que luego — casi de la nada — había salido una chica que miraba directamente a Até, su cabello era rubio intenso y su tez morena, sus ojos eran negros, no solamente la pupila ni la iris, sino en su totalidad y por alguna extraña razón, Até no podía y sentía que no debía apartar la vista de aquella mujer, la cual se dirigió al columpio que se movía con más violencia de un lado para otro con una violencia abrumadora.

El sonido era exasperante y se iba volviendo inaguantable para los sensibles oídos de Até, sin embargo, la chica rubia ya había llegado al lado del columpio de apariencia oxidada, el cual detuvo abruptamente con su mano izquierda que tenía dedos anormalmente largos y huesudos. Una sonrisa siniestra se asomó en sus pequeños y finos labios. Sin más se sentó en el columpio, pero por suerte, para esa posición ella debía estar de espaldas a Até, así que las miradas se tuvieron que desconectar.

Até no sabía que pensar, no obstante la imagen de los ojos en extremo negros de la rubia se repetía una y otra vez en su mente. Desvió la mirada del suelo, que la tuvo ahí al menos cinco segundos después que la rubia se sentara en el columpio, pero luego sus ojos volvieron a subir en busca de la rubia, y no pudo más que horrorizarse por lo que observaba. La chica estaba con la cabeza dada vuelta en ciento ochenta grados y con una sonrisa de oreja a oreja, tal y como si viviera el mejor momento de su vida y disfrutara demasiado del momento, o más bien, de lo que causaba en Até.

Até no daba crédito a lo que veía, esa posición inhumana, tan... sobrenatural que tuvo que hacer un recorrido de pies a cabeza a la chica, para asegurase que ella se había dado la vuelta entera y no solo su cuello.

Del susto Até de echó hacia atrás y tropezó con alguna rama o piedra, en el momento no supo bien qué era, pero cuando estuvo acostada en la tierra seca e infértil de la plaza vio como la chica que mantenía la sonrisa y los ojos pegados sobre Até, se levantó, aún con la cabeza dada media vuelta lo que perturbaba aún más.

— Esto no es real, esto no es real, esto no es real — susurró Até para sí misma cerrando los ojos.

Até, por más inteligente que fuera, ahora estaba cegada por el miedo y el horror que le causaba la imperturbable figura de la rubia, por lo que cuando los abrió gritó de terror al ver al monstruo sobre ella, con los ojos tan negros y vidriosos que Até pudo observar su reflejo, y distinguió algo aún más aterrador. No era ella quien se reflejaba.

Até | Mestizos IOù les histoires vivent. Découvrez maintenant