Capítulo 13. Las huellas del crimen

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13: Las huellas del crimen

13: Las huellas del crimen

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Kayla

Me desperté cerca del mediodía. Tenía hambre y me dolía el estómago por no haber cenado. Me erguí en el colchón y descubrí que estaba sola.

En vez de preocuparme por ello, me alivié. No quería que Hodeskalle me viera despeinada, babeada y con toda la cara hinchada por haberla aplastado contra la almohada. Bostecé, me quité la maraña de cabello oscuro de la frente y salí de la cama.

Saqué mi teléfono de mi bolso, que quedó abandonado en uno de los sillones de la suite, y comprobé primero la hora y luego los mensajes de WhatsApp. Había uno de mamá, preguntándome si volvería a casa el fin de semana, pero también tenía uno de un número que no había agendado todavía.

Era de Hodeskalle.

«Salí a alimentarme. No tienes que esperarme. Puedes marcharte cuando quieras».

Miré su mensaje por unos minutos y opté por no responderle. No sabía qué decirle, porque francamente no pensaba esperarlo. Tampoco éramos como una pareja o de pronto mejores amigos. Nuestro pacto se había acabado.

Me limité a contestarle a mamá, mientras se creaba un peso extraño en el pecho. Seguí dándole vueltas a la idea de que ni siquiera éramos amigos y que todo se había terminado cuando me metí a la ducha, me aseé bien y recogí mi ropa del suelo.

Dejé el hotel lo más pronto que pude y una vez en mi auto busqué en Google Maps tiendas de ropa en la que pudiese conseguir una blusa nueva y un pañuelo para taparme el cuello. Sin embargo, antes de encender el coche, abrí de nuevo WhatsApp y entré al chat de Skalle. Titubeé unos segundos y al final le dije que me iría a casa ya. Pensé que era lo mínimo que podía hacer. Aunque no fuésemos nada, la cortesía quedaba.

Visité grandes tiendas y además de comprar lo que necesitaba, derrapé mi tiempo y mis tarjetas en zapatos bonitos y vestidos que no necesitaba. Comprar me ayudó a distraerme, a no mirar el teléfono cada cinco minutos, esperando su respuesta, y a inventarme historias por si alguien me preguntaba, al llegar a casa, dónde había estado.

Luego, cuando terminé con el asiento trasero del auto lleno de bolsas, me dije que mi versión tenía que coincidir con la de Skalle, porque seguro mi abuelo le había preguntado por mí. Saqué mi teléfono y le envié otro mensaje.

Como no me había respondido el primero, temí que estuviese ignorándome y que toda su galantería y amabilidad de la noche anterior se hubiese esfumado, que sus intentos por acercarse a mi hubiesen sido solamente para tenerme en su cama y ya.

—Pero aún tiene que seguirme, ¿o no? —dije, como si eso implicara también que deberíamos vernos de vez en cuando.

El peso que tenía en mi pecho se incrementó y me regañé por estar preocupada por él, por el estado de las cosas entre nosotros, cuando ya me había dicho, varias veces en el día, que no éramos nada.

Hodeskalle [Libro 1 y 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora