Libro 2: Capítulo 2. Temores

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54: Temores

54: Temores

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Kayla

Me desperté cuando me tocaron el brazo. Me erguí de pronto, aterrada en la oscuridad y aferrada a Aleksi, hasta que noté que era mi tío, a escasos centímetros de nosotros.

—Lo siento —me dijo, en susurros—. No quería despertarte, pero tengo que cambiarle las vendas. No sé si podría infectarse si no limpiamos con regularidad.

Los latidos desbocados de mi corazón se calmaron en un instante y me senté en la cama, solo para darme cuenta que, detrás de mi tío, estaba mi abuelo.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté.

Mi tío resolvió hablar por él.

—Si Skalle despierta, podría beber sangre por sí mismo. Vino por eso —explicó.

Me giré lentamente hacia mi pareja solo para comprobar que, en efecto, Aleksi seguía durmiendo. Su respiración estaba calma y no se había percatado del sutil barullo que armamos a su alrededor.

—Te ayudo —le dije, saliendo de la cama por el lado contrario. Prendí las luces del cuarto y luego pasé por delante de mi abuelo para asistir a mi tío. Juntos, levantamos apenitas a Aleksi y lo pusimos de costado.

Recién ahí, él se quejó, y, de la nada, abrió los ojos.

—Ah —gimió, lleno de dolor.

Me apresuré a inclinarme sobre su rostro, para que me vea.

—Tranquilo —le dije, sonriéndole. Sentí como el nudo que tenía en el pecho aflojaba todo el dolor que retuve durante el sueño. Ver sus ojos azules otra vez me generaba una felicidad absoluta—. Te hirieron, ¿lo recuerdas? Estamos curándote.

Sus pupilas se detuvieron en mi rostro, pero no me contestó. Mi tío comenzó a retirar las vendas de su espalda y el dolor le asaltó el cuerpo entero. Siseó y apretó los dientes. Los colmillos se le salieron solos y sus manos se clavaron en la colcha. Por un instante, me pareció que no entendía bien qué estaba pasando.

—Toma mi mano —le dije, con suavidad, deslizando mis dedos por debajo de los suyos. Liberé el agarre que tenía sobre el acolchado y cuando él me los tomó con seguridad, supe que ya estaba ubicado en tiempo y espacio.

Pasé por encima de sus piernas y ocupé el sitio donde estuve durmiendo en un principio. Aleksi no dijo ni una sola palabra y se aguantó el dolor sin gritar mientras mi tío revisaba y limpiaba la herida. Por momentos, nuestras miradas se cruzaban y pude notar una sombra agotada en sus ojos.

—Está bastante bien —dijo Sam, sacando de su maletín vendas limpias—. No está infectado. Creía que, como Kayla, no sería posible correr con infecciones. Pero en esta situación... no estaba tan seguro.

En ese momento, la expresión del rostro de Aleksi cambió. Me miró con verdadero pánico y, en ese instante, sin explicar cómo, supe qué estaba pensando. Las palabras se cantaban con imágenes y se deslizaban en mi mente como una secuencia desesperada, pero elaborada.

Hodeskalle [Libro 1 y 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora