Libro 2: Capítulo 8. Garras

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60: Garras

60: Garras

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Kayla

Dejé de preocuparme enseguida por los alcances de mi crueldad en cuanto volvimos a caminar por la ciudad y Aleksi encabezó la caza. Más bien, me sentí nerviosa y asustada. Los retorcijones en el estómago volvieron mientras nos deslizábamos por los techos buscando presas solitarias.

No era muy tarde, pero como era una ciudad chica, tampoco había tanta gente deambulando sola. Encontramos a una parejita, que iba muy risueña de la mano y negué antes de que Aleksi siquiera me la señalara.

—Son como nosotros —le dije, con la voz ahogada.

Aleksi me puso una mano en el hombro. Su expresión era comprensiva.

—Se parecen a nosotros —me dijo—. Pero no son como nosotros. Somos de otra especie.

Apreté los labios.

—No me refiero a eso... nada más —musité—. Me refiero a que son una pareja, como nosotros. Y están felices. Convertiremos este recuerdo hermoso en uno horrible.

Reinó el silencio entre nosotros. Solo se escucharon las risas de la muchacha, que se estiraba para abrazar a su enamorado y besarlo en los labios.

—Busquemos a otros —entonces dijo Alek, dándome la mano. Antes de que pudiera sentirme tonta por mi excusa y me preguntara qué otra distinta usaría para las siguientes presas, él me dio un besito en la sien.

Recorrimos las siguientes calles hasta toparnos con un hombre joven, solitario, que iba mirando su teléfono, ajeno a todo. Aleksi esperó mi confirmación, señalándomelo con el mentón, en absoluto silencio, hasta que yo tiré de la manga de su camisa.

—No vamos a matarlo, ¿no? —pregunté—. Es decir, ¿tenemos que matarlo?

Él me sonrió.

—Matar en una ciudad chica es mala idea —contestó, guiñándome un ojo. Su tranquilidad ante mis dudas y temores me hizo bien, pero no apagó mis nervios—. No queremos tampoco hacer un espectáculo ante la prensa. No al menos con humanos.

—Entonces... —titubeé—. ¿Qué hay que hacer?

Aleksi se agachó sobre el techo, observando al muchacho que continuaba viendo su teléfono. Se detuvo, porque no podía caminar y textear al mismo tiempo.

—Para mi es sencillo —me explicó—. Solo tengo que inmovilizarlo con magia. Así, no puede resistirse mientras me alimento. Pero, por supuesto, siente terror. Creo que eso es algo que no puede evitarse de ningún modo.

Tragué saliva.

—¿Cómo lo harías sin magia? —inquirí. Él parpadeó, un poco confuso.

—¿Cómo te defendiste de Gian? —dijo, dándome una palmada en la parte baja de la espalda—. Tu eres más fuerte que ellos, conejita. No somos ellos. No somos humanos.

Hodeskalle [Libro 1 y 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora