Capítulo 43. Lamentos

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43: Lamentos

43: Lamentos

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Kayla

Cuando abrí los ojos, sentía los pulmones pesados, como si los tuviese llenos de fango. Aspiré el aire de mi habitación y sentí que no los llenaba, que no era suficiente.

Mi mano se sacudió, desesperada, buscando apoyo, y encontró el brazo de Aleksi. Tardé varios intentos para respirar con normalidad y en darme cuenta de que él me estaba hablando, de que me sostenía y me pasaba un trapo húmedo por la cara.

—Conejita, Dios Santo —murmuró, recostándome en la cama cuando empecé a inhalar con normalidad—. Lo siento, no debí... No tenía que contarte todo eso. Era innecesario.

Supe enseguida que se refería a lo que le hizo su clan. A esos detalles tan níveos.

Yo negué. No era su culpa que yo hubiese sido tan blandengue. No vomité por poco y si no era capaz de aguantar el relato de uno de los momentos más oscuros de su vida, yo no lo merecía.

Traté de tranquilizarme y él me acarició el rostro, despacio.

—Estoy bien —dije, ronca como nunca.

—¿Sangre o una soda? ¿Qué te hará sentirte mejor? —me preguntó, pero no podía responder a eso porque no tenía ni idea. Jamás en mi vida me había desmayado. Los vampiros no se desmayaban a menos que hubiesen perdido muchísima pero muchísima sangre y lo hacían para ahorrar energía, en caso de necesitarla para empezar a curarse por sí mismos.

Sin saber qué era lo mejor también, Aleksi optó por lo más seguro y se mordió la muñeca para dejar fluir su sangre. Me la acercó a los labios y me ayudó a beber, como días atrás, cuando estaba en la bañera, herida y dolida.

Tragué con esfuerzo, pero le aparté delicadamente la mano al recordar que quizás él no estaba lo suficientemente alimentado como para darme su sangre a mí. De alguna manera, lo entendió y me dejó para ir a mi minibar y buscar una soda. La abrió y volvió a la cama tan rápido que apenas si parpadeé. Me ayudó a erguirme y me dio a beber pequeños sorbos hasta que el azúcar se me asentó en las venas.

—No me di cuenta de que te ibas a desmayar —me dijo, sentándose a mi lado, después de acomodarme los almohadones.

Apreté los labios y negué, ya bebiendo la soda por mi cuenta. Creí que la combinación en mi lengua de su sangre con la soda sería espantosa, pero no era tan terrible. Descubrí que necesitaba ambas para terminar de recuperarme.

—Yo tampoco —logré decir. La voz me salió rasposa, gangosa, como si de verdad hubiese estado metida en el fango con Aleksi y su madre, escapando por un bosque lleno de los cadáveres que su clan arrojaba después de alimentarse de ellos, para que se pudrieran y desaparecieran. Me estremecí—. No quería asustarte.

No me pregunté cómo demonios llegué yo a ese detalle. Él no lo había narrado. ¿Me lo habría inventado? ¿Lo habría soñado? Definitivamente, tenía que ser mi imaginación, ¿verdad? Sí. Mi delirante imaginación, la que me hizo bajar la presión y sumado al shock, me terminó por tumbar en la cama.

Hodeskalle [Libro 1 y 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora