Capítulo 51. La ley de entrega

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51: La ley de entrega

51: La ley de entrega

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Kayla

Mi abuelo no movió ni un solo músculo. Estaba totalmente tensionado y lo único que se escuchó en el patio fueron los quejidos de mi madre y las súplicas de mi padre, que apenas se escuchaban con la cara contra el piso.

Mis temblores y el castañeo de mis dientes solo los escuché yo. Hacían eco de mi pánico. Durante esas milésimas de segundo, tan ínfimas como eternas, creí que mi mundo entero se acabaría.

Seguro no era la única. Todos sabíamos que, aunque el sol no llegara, si mi abuelo decía que no, los Edevane descuartizarían a mi madre, haciendo trizas su piel de piedra y volviéndola cenizas.

Esa certeza me mantuvo inmóvil, sin respirar y sin tener idea de qué hacer. Todo era una treta cruel. Probablemente, también la matarían, aunque mi abuelo nos entregara. La lógica era avasalladora. Si yo fuera ellos, sería una imbécil si decidía dejar a todo el resto de clan vivos. Si los eliminaban, la única sangre viva de mi tía y mía serían los Dubois y los Edevane. Y los Dubois eran príncipes y princesas de uñas frágiles que jamás se ensuciaron las manos en su vida. Viendo a mi abuela en el suelo, incapaz de pelear o defenderse, la cosa quedaba más que clara. Los Dubois nunca podrían protegernos.

—No tienes derecho a alguno a este reclamo —dijo mi abuelo, finalmente. Su voz estaba agitada de la furia—. Me separé con testigos de tu clan. Ya no tenemos relación. Tu planteo es desquiciado, tu ataque rompe las leyes de sangre. Invadiste mi casa, asesinaste a mis empleados y a mis invitados. Lastimas a mis hijos, esposa y nuera y tienes el descaro aún de exigir... Cruzaste la línea, Arthur.

Arthur, el hermano de mi abuelo, negó la cabeza y chistó.

—Te olvidas que la ley de sangre indica que, si a un clan se le terminan las hembras, puede tranquilamente relacionarse con sus parientes más cercanas —enunció, con demasiada simpleza. Como si todo eso para él fuese un trámite.

La mano de Elliot que me sujetaba comenzó a sudar.

—¡Esa ley no implica que las secuestres!

—Esto no es un secuestro —declaró Arthur y mi tía, a mi lado, bufó.

Yo hubiese deseado hacer lo mismo, pero no podía parar de temblar. Miraba a mi madre con el corazón a punto de salirse de mi boca. No tenía ni consciencia para ser irónica.

—¡Estás entrando bajo amenaza! —gritó mi abuelo.

—Quisimos hablar contigo hace años —terció Arthur, con un gesto de desagradable ironía—. Cuando tu nieta acababa de nacer. Tú nos ignoraste olímpicamente. No te importó que tu antiguo clan estuviese extinguiéndose.

Elliot me agarró más fuerte el brazo cuando me mencionó. Su respiración, contra mi cabello, se volvió más que irregular. Me acercó más a él, me rodeó en un abrazo protector. Yo ni reaccioné. Seguí mirando a mi madre y al cielo, al sol, rezando que Aleksi apareciera.

Hodeskalle [Libro 1 y 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora