𝑻𝒘𝒆𝒏𝒕𝒚 𝑬𝒊𝒈𝒉𝒕

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Evangeline Lumière

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Evangeline Lumière.

—No te preocupes por ella ahora. — dijo después de un rato. — Está a salvo. El rastreador nos persigue. — explicó.

—Como si eso fuera mejor. — puse los ojos en blanco.

—Lamento haberte metido en todo esto. — susurro.

—No me importa tener que huir por el resto de mi vida si estoy a tu lado. — lo miré. — Pero no quiero poner en riesgo a los que amo.

—Prometo que te sacaré de esto y nadie estará en peligro. — tomo mi mano. — Espero que puedas perdonarme por meterte en esta cacería.

—No te preocupes, ya lo veía venir. — susurre.

—¿A que te refieres?— preguntó volviendo la vista al camino.

—¿Nunca te lo conté, cierto?— sonreí.

—¿Contarme que?— cuestiono.

—Si salgo viva de esta, te lo diré. — sonreí.

—Tramposa. — río.

De pronto un golpe en el techo de la camioneta me hizo sobresaltar y ponerme alerta.

—Tranquila, es Emmett. — habló tranquilo. — Alice nos sigue en el auto de atrás.

Saque la cabeza por la ventana del auto y mire al Jeep que iba detrás de nosotros. Moví la mano como saludo y Alice tocó el claxon como respuesta.

Edward siguió conduciendo hasta que pasamos por un café y el tiempo pareció pasar más lento. Saliendo del lugar pude ver a Mike, Eric, Ángela, Jessica y Bella. Se veían felices, sonriendo y riéndose de una tontería que dijo Mike.

De pronto sentí una enorme tristeza y deseé jamás haber conocido a los Cullen. Sin embargo, Edward había sido la única persona capaz de sacarme del caparazón en el cual yo misma me metí y por mucho que lo intentara nuestros destinos estaban conectados. Después de todo, mis sueños nunca se equivocan.

Volteo que ver a Edward y mis pensamientos sobre jamás conocerlo se fueron. Lo admito, me hubiera gustado que fuera humano y vivir una vida normal, pero, admitámoslo, a todo el mundo le gusta un poco de magia en su vida.

Una vez que llegamos a la casa de los Cullen al entrar vimos a Laurent acompañado de Carlisle. Edward rápidamente se puso frente a mí.

—Espera... — habló Carlisle. — Vino a advertirnos sobre James. — explicó.

—Esta no es mi batalla y estoy harto de sus juegos. — dijo Laurent. — Pero tiene sentidos inigualables, totalmente letales. Nunca he visto a nadie parecido en mis 300 años de vida. — miró a Carlisle y otra vez a nosotros. — Y a la mujer, Victoria, no la subestimen. — salió rápidamente por la puerta dejándonos solos.

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