𝑻𝒉𝒊𝒓𝒕𝒚-𝒐𝒏𝒆

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Evangeline Lumière

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Evangeline Lumière.

El día del baile estaba cerca y mis hermanas insistieron en comprarme un vestido.

—¿Qué opinas de este?— preguntó Candy. En la mano tenía un vestido rosado con lentejuelas.

—Ni muerta. — respondí al verlo.

—Tienes que elegir algo de una vez. — me regaño Clara.

—Elegiría algo si no fuera todo tan colorido y pomposo. — respondí rebuscando entre los vestidos negros.

Seguimos en el local un buen rato hasta que encontré el vestido perfecto.

—Quiero este. — dije mostrándoles el vestido.

—¡Me gusta!— dijo Candy.

—¡Es hermoso!— habló Clara.

El vestido era negro y corto, tenía mangas transparentes que llegaban hasta mis muñecas y un escote sencillo pero elegante.

Cuando finalmente llegó el día del baile aún debía llevar las vendas por el torso y parte del pecho, pero el vestido hacía que no se viera. Además, servía para ocultar todo el chocolate y dulces que comí las últimas semanas.

Cuando baje todos estaban en un silencio incómodo. Papá estaba viendo a Edward mientras tomaba una cerveza, mamá estaba limpiando el arma de cacería, también mirando a Edward y mis hermanas estaban cortando la comida, adivinen, también mirando a Edward.

—¿Ustedes quieren que mi novio salga corriendo?— pregunté cuando termine de bajar las escaleras.

—Eva. — dijo Edward llegando a mi lado. — Te ves hermosa. — susurro para que solo yo lo escuchara.

—Lo sé, siempre me veo perfecta. — dije bromeando.— Tu también estas muy guapo, Culle.

Luego de una muy incómoda y larga plática de mis padres sobre la protección, al fin pudimos irnos.

—Lin, espérame aquí, iré a dejar el auto. — dijo Edward dándome un beso en la frente y yéndose.

Me senté a esperar en uno de los bancos de piedra que había. Hasta que escuché un ruido detrás mío y me di vuelta.

—¡Jacob!— dije parándome y dándole un abrazo.— ¿Qué haces aquí?— pregunté feliz.

—Solo pasaba. — sonrió y se sentó. Me senté junto a él.— Por cierto, te ves de maravilla. — sonrió.

—Tu igual, ¿Vienes al baile?— pregunté.

—No, de hecho, mi papá me pagó para que viniera a hablar contigo, 20 dólares. — dijo mostrándome dos billetes de 10.

—¿Hablar?— cuestione.— ¿Sobre que?

—Te lo diré, pero, por favor, no te enojes conmigo...

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