Capitulo 8: Ooh, ¡Ambos quieren besarse tanto!

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ADVERTENCIA: Menciones de maltrato y abuso infantil.

Ahora que Qi Rong pensaba en su antiguo yo, no podía evitar sentir humillación e ira.

Pensar que él dejaba que otros nobles lo pisaran, que los sirvientes lo negaran y lo dejaran morir de hambre, dejar que todos cotillearan sobre su madre siempre que lo veían.

¿Qué pensaba en ese entonces?

Cuando Qi Rong llegó al palacio por primera vez, se colgó de la falda de su madre mientras veía con cautela como las dos figuras que vestían las ropas más elegantes que había visto en su vida les daban la bienvenida con unas amables sonrisas plasmadas en sus rostros. Su madre inclinó su cabeza en una profunda reverencia sólo para ser detenida por su hermana, quien insistía en que no había necesidad de tal formalidad. Su madre le agradeció a ella y a su cuñado para después presentarles a Qi Rong.

Después de eso, la reina los guió a su residencia y el par de madre e hijo la siguieron silenciosamente. A pesar de que su madre sonreía con facilidad siempre que hablaba con su hermana, Qi Rong podía sentir como la frágil mano que estaba encima de su cabeza temblaba delicadamente. Cuando alzó su cabeza para mirarla, él vio cómo sus ojos miraban la habitación con ansiedad mientras su expresión cambiaba a una llena de vergüenza y estrés. Frunció el ceño con confusión pero comenzó a mover la cabeza para examinar sus alrededores.

A lo lejos, había sirvientes limpiando el palacio, caminando hacia sus destinos y haciendo recados. Sin embargo, sus movimientos se ralentizaron y su atención se desvió hacia las dos figuras vestidas con harapos que seguían de cerca a la elegante reina. Qi Rong dirigió rápidamente sus ojos al suelo, pero curiosamente volvían a subir para observar su entorno. Aunque Qi Rong no podía oír lo que hablaban los sirvientes, veía cómo movían los labios y sus ojos iban y venían entre él y su madre. Bajó la cabeza, aceleró el paso y apretó la falda de su madre.

Cuando se separó de su madre, preguntó a sus sirvientes dónde estaba su madre. Le dijeron que estaba en sus aposentos y que no quería ver a nadie. Les pidió que le condujeran hasta allí, pero ellos ignoraron su insistencia y se quedaron parados como estatuas. Qi Rong se puso furioso y les gritó — ¡¡¡LLEVENME CON MAMÁ MALDITOS JODIDOS ESTÚPIDOS!!! ¡LA QUIERO VER! ¡¡QUIERO VER A MAMÁ!!

Aunque no sabía lo que significaba "joder" y "estúpido", su padre las utilizaba seguido en sus frases y los adultos de la calle también las decían constantemente. Cuando usaban esas palabras, siempre le parecían intimidantes y dominantes. Tal vez así estos sirvientes escucharían su petición.

Los dos sirvientes chasquearon la lengua y le miraron fijamente, pero siguieron sin responder a su petición. Las lágrimas de frustración rodaron por sus mejillas y salió furioso de la habitación y se encargó de encontrarla él mismo.

Al final, se perdió y lo tuvieron que escoltar de vuelta a su habitación.

Qi Rong sollozaba en silencio bajo su manta, negándose a que los demás lo vieran en un estado patético. Arrojado a un entorno diferente sin el calor de su madre, se sentía constantemente angustiado y ansioso al estar rodeado de rostros desconocidos que tenían intenciones desconocidas.

Al principio, sus sirvientes se quedaban a su lado y le servían con muecas, pero a medida que pasaba el tiempo, se volvían más y más perezosos. No se molestaban en vestirle con ropas apropiadas para un príncipe, no se molestaban en pedir a los cocineros que hicieran comidas adecuadas y le daban a Qi Rong las sobras, también holgazaneaban mucho. El príncipe sólo tenía una visita, la reina. Pero con lo ocupada que estaba, sólo podía hacer visitas semanales. En sus visitas, los sirvientes lo vestían para aparentar y sólo mostraban sus verdaderos colores en cuanto ella se marchaba.

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