01| Manera de cagarla número uno: declararse ebrio

269K 22.8K 116K
                                    

He aprendido un par de cosas en mis diecisiete (casi dieciocho) años:

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

He aprendido un par de cosas en mis diecisiete (casi dieciocho) años:

O te esfuerzas lo suficiente para conseguir lo que quieres.

O alguien se esforzará más y te arrebatará tus sueños.

Y, en definitiva, no pienso pasar por lo segundo una vez más. Nadie puede pasar por encima de mí ni de lo que quiero, primero tendrán que cortarme las piernas antes de que eso suceda. Sé qué es lo quiero y lo que tengo que hacer para lograrlo y ninguna persona va a impedir que lo cumpla. En esa lista también incluyo a mis papás. Ellos no van a decidir mi vida por mí y mucho menos mi futuro.

No he trabajo duro todos estos años para que me digan que ellos saben «lo que es mejor para mí». Solo yo sé lo que es mejor para mí, y es bastante obvio que estudiar una carrera que no me gusta en una ciudad que quiero abandonar no es lo mejor, es lo peor. Quieren que me conforme, pero yo no soy esa clase de persona. No sé por qué intentan frenarme si es evidente que no me rindo a la primera, es como si no me conociesen.

Y eso solo hace que me sienta peor.

Tiro el balón hacia la canasta y gruño al notar que este no entra. Debería haber entrado, maldición. Mis músculos están tensos y mi pecho no deja de subir y bajar con rapidez. No debería desquitar mi furia con el balón de básquetbol, sin embargo, es la única forma que tengo para poder tranquilizarme. Respiro hondo y cierro los ojos durante un instante.

Necesito esforzarme más.

Camino hacia al balón, lo recojo y regreso hacia mi posición. En mi cabeza no dejo de pensar en la conversación que tuve con mis papás esta mañana antes de salir de casa, aún sigo sintiéndome furioso como en ese momento. Aprieto el balón con fuerza contra mi pecho, lo alzo con una de mis manos y sin pensarlo demasiado, lo lanzo hacia la canasta con mucha frustración.

Vuelvo a fallar.

Un poco más, necesito esforzarme un poco más.

Me apresuro para llegar a la pelota en tanto las palabras que me dijeron se repiten como si fueran algún disco que se ha atorado en mi cabeza. «¿Para qué vas a estudiar eso? No hay campo laboral, no vas a vivir de eso», «está lejos, no podemos pagarlo, no importa si la beca de deporte te ayuda, sigue siendo un gasto», «¿vas a dejarnos cuando más necesitamos de tu ayuda? Estás siendo egoísta», «piensa un poco en nosotros».

Si yo pienso en ellos, ¿cuándo podré pensar en mí?

Intento e intento meter el balón en la canasta incontables veces, pero el enojo que recorre mis venas me nubla el juicio y sale a la luz en forma de frustración impactándose en el balón. Cada canasta que fallo es como si fuese un puñetazo que va directo a mi rostro, cada error es una apuñalada a mi pecho que me recuerda que debo dejar la furia a un lado y que debo apegarme a mis planes, planes que no van a cambiar solo porque ellos no están de acuerdo. Tomaré mis propias decisiones y haré mi vida incluso si tengo que excluirlos de ella.

Una maldita confusiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora