22| Cuando no tienes adónde ir

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No me gustan las relaciones, lo he sabido desde siempre

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No me gustan las relaciones, lo he sabido desde siempre. Implican demasiada responsabilidad y tiempo, dos cosas que claramente no podía ofrecerle a nadie, y si ofrecía algo era solo lo mínimo. Por eso terminaban conmigo, o al menos al inicio, después fui yo quien terminó dejándolos.

No me gustan las relaciones, pero por alguna razón terminaba involucrándome con alguien a las pocas semanas de conocerlo, supongo que me gustaba la atención que recibía y supongo que antes no era bueno lidiando con la soledad. La gran contradicción de no querer nada, pero de ansiar el sentimiento de tener algo; nada de compromisos duraderos, pero tampoco nada de lapsos extensos en donde la soledad reinara, no me gustaba que las relaciones ni la soledad fuesen tan duraderas. Y por eso funcionaba bastante bien con Chris.

La relación no era lo suficientemente seria para involucrarme tanto y no era lo suficientemente informal como para que los dos no le diéramos importancia. Era el término medio entre el compromiso y la irresponsabilidad, los dos sabíamos que si llegábamos a necesitarnos entonces estaríamos ahí, pero también respetábamos la ausencia del otro, nada de presiones ni de una intensidad desbordante. Chris no me gustaba demasiado, éramos más amigos que amantes, no era de extrañar que las cosas se dieran con tanta facilidad.

Lo conocí en uno de mis partidos, él estaba en las gradas apoyando a su hermano, quien, en esa ocasión, era del equipo contrario. Me pidió mi número de teléfono y bueno, no iba a negar que él me resultaba atractivo —sin contar que se veía bastante agradable— así que se lo di. Hablamos por varias semanas y salimos un par de veces hasta que se me declaró y acepté. De todos los exnovios que he tenido y de todos los chicos con los que he salido, él ha sido el más imbécil, pero también el más decente. Nuestro noviazgo no era malo, la pasábamos bien y era como tener un amigo más.

Hasta que me engañó.

Realmente nunca me importó ni me dolió, creo que usé eso de excusa para terminarlo. Una infidelidad es horrible, sí, pero yo llevaba rato queriendo que él hiciera algo malo para dejarlo porque no me atrevía a dejarlo por mí mismo. No tenía una razón para hacerlo, a diferencia de otros de mis noviazgos que, apenas encontraba un error, los dejaba, él no me daba razones para hacerlo, además, si las encontraba, eran demasiado insignificantes y no podía terminarlo solo porque sí, tal vez no lo hacía porque lo consideraba un amigo y no quería que eso acabara.

Al final nuestra amistad sí terminó, pero al menos podía echarle la culpa a él de eso y no a mí.

Terminamos en "buenas" condiciones, me dijo que haría lo que fuera para que yo lo perdonara y en ese momento le respondí que me debía un favor por el "daño" que me causó, no lo decía en serio, es decir, ¿para qué mierda necesitaría su ayuda?, pero quería aparentar que me afectó. Desde entonces no le he hablado y nunca le cobré ese favor, pero ahora llegó el momento de hacerlo y de tomarle la palabra. Es mi única solución.

—Solo era una broma.

Chris rezonga detrás de mí mientras carga mis cosas. Chasqueo la lengua, su mensaje de texto no me pareció nada gracioso, no me gusta que me echen las cosas en la cara y menos si hablamos de favores, mi modus operandi se basa en hacerlo todo yo solo y en mi cabeza tengo la idea de que soy capaz de hacer lo que quiera sin ayuda de nadie, así que, el hecho de que me recalque que le estoy pidiendo ayuda, da directo en mi orgullo. No estoy pidiendo ayuda en nada, él me debe un favor y yo estoy cobrándoselo. Somos deudor y acreedor. Nada más que eso.

Una maldita confusiónWhere stories live. Discover now