18| Respira y enfrenta las consecuencias

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(...)


De verdad intenté iniciar la semana con una actitud bastante relajada. Tomé aire repetidas veces cuando oí algo que no me gustó en el autobús, conversé con mi mamá como cualquier otro día y no volvimos a hablar sobre lo que sucedió hace un par de días (lo cual agradezco enormemente) e incluso no insulté a Oliver cuando me mandó un link de su lista pública de compras de Amazon (sí, con los disfraces extraños y objetos de dudosa procedencia, es un imbécil).

Lo intenté.

Lo intenté cuando llegué a la escuela. Lo intenté a pesar de que Andy quiso abrazarme con las manos sudadas. Lo intenté pese a las tareas acumuladas que me fueron asignadas hoy después de faltar casi toda la semana pasada. Lo intenté.

En verdad que lo intenté.

Inclusive me preparé mentalmente cuando comencé a pasar por los pasillos en camino al gimnasio de la escuela para encontrarme con el entrenador, me dije que era hora de afrontar las consecuencias de lo que sucedió y que aun sabiendo la respuesta del entrenador no debía doblegarme sino buscar otras opciones para no perder la oportunidad de ir a Mánchester. Respiré hondo, palmeé mi rostro y todo iba excelente hasta que...

—Te voy a matar.

David viene hacia mí hecho una furia con el ceño fruncido y los labios apretados. Por su expresión puedo deducir que está demasiado molesto conmigo y con justa razón, lo he estado ignorando desde el accidente. Cuando me di cuenta de que me había visto ya era demasiado tarde para darme la vuelta sin ser obvio. No es que no quiera hablarle, solo siento que no puedo verlo a la cara sin sentirme avergonzado por no haberle respondido en todos estos días. Tal vez ese sea mi castigo: no poderlo verlo sin recordar que soy un pésimo amigo.

Él está cruzando el pasillo con pasos tan veloces que me gustaría que el pasillo fuese más largo para que tarde más tiempo en llegar. En mis adentros me despido de mis ganas por tratar de mantenerme relajado, aunque fui un tonto por intentar estarlo si ahora debo enfrentar todo lo que he estado evitando, estaba claro que no iba a mantenerme relajado todo el tiempo y mucho menos en un día como hoy. David detiene sus pasos frente a mí y trago saliva con fuerza. No dice nada y yo tampoco soy capaz de hacerlo. Se limita a escudriñarme con la mirada durante unos segundos y vuelvo a pasar saliva por mi garganta, intentando ocultar mi pequeño nerviosismo.

—¿Qué sucede? —saludo como si no lo hubiera ignorado toda la semana.

Me golpea la frente con dos de sus dedos como respuesta y no digo nada de esa acción porque sé que eso no se compara en absoluto con todos estos días en los que no le he hablado. Ni siquiera le dije que estaba bien, ni tampoco respondí su felicitación, no merezco ni un ápice de su amabilidad. David me echa una mirada de arriba abajo y destensa sus músculos al mismo tiempo que suelta un suspiro.

—¿Qué sucede? —repite mis palabras con incredulidad y luego me apunta con su dedo índice—. Te diré qué sucede, te desmayas en medio del juego, no te veo toda la semana, no sé si estás bien o si pasaste a una mejor vida y para rematar tampoco respondes a mis mensajes preocupados ni al de cumpleaños y por si fuera poco hoy vienes a la escuela como si nada, no me buscas y todavía me preguntas ¿qué sucede? —frunce aún más su ceño y yo me quedo en silencio.

Oírlo decir todo eso se siente peor que una bofetada. En serio debo dejar de desaparecer de la vida de los demás cuando todo está yendo mal. O al menos debería de dejarles un mensaje para no preocuparlos. Asiento, sintiendo cómo la vergüenza y culpa me recorren el cuerpo.

Una maldita confusiónWhere stories live. Discover now