23| El tú y yo de aquel día

83.4K 7K 15.2K
                                    


Aún tengo algunos recuerdos del verano en donde me di cuenta de que Oliver me gustaba.

No son lo suficientemente claros como para tener presente cada detalle con exactitud, pero sí son lo suficiente significativos para ser memorables.

Recuerdo cómo el sol le pegaba el rostro y recuerdo que sus ojos se veían muy lindos bajo la luz del astro, recuerdo las marcas rojizas que quedaron tatuadas temporalmente en su piel por no haber usado protector solar y recuerdo haber pasado mis manos en ellas, recuerdo su risa escandalosa y cómo podía reconocerla sin importar la distancia, recuerdo la música que oíamos y los bailes vergonzosos en su recámara, recuerdo los juegos absurdos así como las conversaciones sin sentido, recuerdo la forma en el que mi corazón se aceleraba cuando lo veía del mismo modo en el que recuerdo las lágrimas que derramé cuando noté que no lo miraba como un simple amigo.

Recuerdo todo, o al menos la mayor parte, de ese verano.

Me gustaría poder recordar aquello que se ha borrado de mi memoria, aquellos momentos que creía insignificantes porque apostaba que volvería a repetirlo, esos pequeños instantes en donde juraba que nuestras tardes serían eternas y que nada entre ambos cambiaría. ¿Qué hice cada día? ¿Cómo me sentía? ¿Sobre qué hablábamos? ¿Qué ropa usaba Oliver? ¿Qué sentía en ese momento al tener todo lo que quisiera tener ahora?

Aun si mi memoria no almacenó todos y cada uno de esos momentos, sí que recuerdo algo que no creí que repercutiría en mi yo actual. Sé que él preguntó algo como:

—Imagina que podemos volver al pasado, ¿qué harías?

Y sé que respondí:

—No tengo ni idea.

En ese instante no sabía qué responder y él estaba indignadísimo porque yo no hice el intento siquiera de darle una respuesta, pero ¿qué se supone que tenía que decirle? En verdad que no se me ocurría nada para ese entonces. A pesar de la indignación, me dijo:

—Yo sí sé, llevaría todo mi dinero y en el pasado sería millonario con eso y compraría muchas cosas para luego revenderlas en el futuro —luego hizo un silencio—.  No es tan difícil, ¿viste? Inténtalo.

Y solo porque su respuesta era bastante ingeniosa y no quería quedarme atrás, le dije:

—Tal vez me llevaría la máquina conmigo y cuando tenga una respuesta en el futuro regresaré a este momento para decírtela.

Y así terminamos de hablar de eso para luego hablar de algo más. Fue una conversación bastante banal, nunca creí que realmente me replantearía esa pregunta ni tampoco pensé que en verdad me gustaría poder volver a ese instante, es decir, solo éramos dos niños que disfrutaban su verano como cualquier otro, ¿cómo iba a saber que todo cambiaría en los próximos años?

Cuando eres joven, mucho más joven de lo que soy ahora, no te das cuenta de que todo tiene una fecha de caducidad, de que nada dura para siempre, ni siquiera los recuerdos; aunque quieras que perduren, aunque te prometas a ti mismo que nunca serías capaz de olvidarlos, todo tiene un fin y nada es reversible.

En aquel entonces no era capaz de darle una respuesta, pero ahora, si me lo preguntase de nuevo, sabría qué responder.

Si pudiera regresar el tiempo, definitivamente volvería al tú y yo de aquel día.

De aquel verano.

Sin preocupaciones, sin miedo a crecer, sin responsabilidades, sin problemas, solo tú y yo pasando el rato mientras creíamos que nuestro verano duraría toda la vida.

Una maldita confusiónWhere stories live. Discover now