27|Diferentes caminos

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Penúltimo capítulo 

Lo primero que pienso apenas abro los ojos es un: «Qué puto dolor de cabeza».

La luz que se cuela por la ventana me resulta de lo más molesto. Cubro mi rostro con la almohada, intentando dormir, y vuelvo a cerrar los ojos, pero el ruido proveniente de quien sabe dónde, no me deja, trato de ignorar el ruido, sin embargo, no sé si el dolor que parece taladrarme el cráneo y los sonidos de afuera están en una clase de competencia por ver quien me jode más, pero los dos se ven muy dispuestos a ser los vencedores. Al final, me resigno y abro los ojos con ganas de querer morirme.

Miro el techo por los próximos minutos mientras pienso si es necesario que me levante de la cama o si puedo volverme uno mismo con el colchón, y aunque la segunda opción suena tentadora, debo ir a la escuela, no estoy en posición para faltar, solo hacen falta dos semanas más para las vacaciones de invierno, sé que puedo sobrevivir hasta entonces.

No quiero levantarme, quiero dormir otras doce horas más como mínimo, pero no voy a negar que es mi culpa, solo un idiota como yo toma demasiado un domingo por la noche sabiendo que al día siguiente debe ir a la escuela.

—Vas a llegar tarde. —Mi mamá dice apenas abre la puerta de mi habitación y no veo su expresión, pero por el grito ahogado que da sé que debo verme fatal.

—Nunca me dejes salir de casa de nuevo, por favor.

Hago el intento por levantarme, pero mi mano flaquea cuando la apoyo en el colchón, provocando que vuelva a caer a la cama. Escucho la risa sonara de mi mamá y pese a mi mal humor y dolor de cabeza, sonrío a duras penas. Jamás pensé vernos en esta situación, pero voy a disfrutar los últimos meses que me quedan en casa.

—¿Sabes qué es lo que me ayudaba mucho a tu edad? —inquiere.

—¿No salir?

Alzo la cabeza para verla, ella niega a la vez que abre las cortinas de mi cuarto. Cierro los ojos, irritado por la repentina iluminación. Dios, nunca más volveré a tomar, lo prometo. Me siento como la mierda.

—Jengibre con azúcar y mandarina. Es demasiado efectivo para las resacas, siempre me funcionaba en los días de instituto —la veo sonreír por lo bajo—. Te lo haré antes de que te vayas.

Le sonrío, incluso con cara de muerto.

Intento salir de la cama de nuevo y vuelvo a tropezar entre las sábanas, suelto varias maldiciones que se ven acalladas por un siseo de parte de mi mamá. Me disculpo con la mirada y esta vez sí consigo salir de la cama sin tropiezos. Apenas me siento en la orilla del colchón vuelvo a sentir cómo los ojos se me cierran de a poco.

—Ya es tarde, andando —me recuerda mi mamá y asiento de mala gana.

—¿Cómo llegué anoche? —curioseo, tallándome los ojos.

No recuerdo mucho, solo sé que bebí demasiado (lo cual, más que un recuerdo, es bastante obvio por el malestar que siento), y que, luego de haber dejado a Edward con David, todo lo demás se volvió borroso. Culpo a mi maldita forma de beber, sí soy bueno bebiendo y sé moderarme, pero en ocasiones como las de anoche no me importa ser moderado. No me importa nada.

—Oliver te trajo —informa y pestañeo. Dios, me olvidé de Oliver luego de que se quedó con Karla, ¿cómo estará?—. Está en el sillón de la sala, por cierto.

Pestañeo otra vez, aturdido.

—¿Qué?

—También estaba ebrio —me hace saber con una mirada desaprobatoria—, no iba a dejar que manejara así de regreso a casa.

Una maldita confusiónWhere stories live. Discover now