12| Miedo

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La primera vez que puse un pie dentro de la cancha de básquetbol era tan pequeño que me sentía como una hormiga en un gran jardín que quería explorar

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La primera vez que puse un pie dentro de la cancha de básquetbol era tan pequeño que me sentía como una hormiga en un gran jardín que quería explorar.

Nunca antes había tenido un lugar fijo, mi familia y yo solíamos mudarnos mucho por el trabajo de mi papá, estuvimos en Newcastle, Southampton, Reading y en un montón de lugares en los cuales mi estadía fue tan corta que no tengo memoria de ellos. No fue hasta que cumplí los ocho que llegamos a Sunderland y nunca más tuvimos que mudarnos. Había perdido un año escolar y mis días se resumían en ver pasar los autos por la ventana de la cocina. Todavía recuerdo que arrastraba el pequeño banco de madera para subirme en él y así poder observar la calle.

A pesar de que los hijos de los vecinos intentaron incluirme en sus juegos, negué todas sus invitaciones. No quería jugar con los niños del vecindario, sobre todo porque sentía que en cualquier momento iba a irme y no quería encariñarme con los demás.

Ya me sabía el proceso: conocía a niños de mi edad, nos hacíamos amigos y cuando les agarraba cariño, teníamos que marcharnos.

Cuando te marchas forzosamente te tienes que despedir y jamás me han gustado las despedidas. Prefería no tener que despedirme de nadie, así no me dolería tanto.

Desde pequeño he evitado encariñarme con los demás porque sé que soy una persona que nunca estará estable en un lugar. Soy de los que se va sin mirar atrás y es mucho mejor si me voy sin dejar nada, sin sentir que estoy dejando a alguien que quiero cuando solo quiero quedarme un poco más.

Un chico me dijo una vez que yo era alguien pasajero, que soy alguien que llega a la vida de las personas y no dura nada en ellas, que, así como soy fácil de querer, soy fácil de olvidar. Que si me voy mañana a nadie le importaría. Que si regreso nadie estaría esperándome. Y luego de tanto pensarlo llegué a la conclusión de que sí lo soy. Soy alguien pasajero y los demás para mí lo son también.

O al menos esto último es lo que trato de creer.

Mi papá llegó a preocuparse por mí y mis pocas ganas de salir de casa así que me llevó con él a uno de sus partidos de básquetbol para que pudiese verlo desde las gradas y me animara un poco. Al inicio no entendía nada, solo eran personas pasándose el balón y tirándolo en la canasta contraria, no encontraba la diversión en eso, de hecho llegué a pensar en ese momento que, de todos los deportes, el básquetbol podría ser el más aburrido de todos, pero cuando vi a mi papá encestar desde casi la mitad de la cancha, cuando lo vi saltar como si dos alas le crecieran en la espalda, como si todo alrededor se pusiera opaco y solo hubiese nitidez en él, sentí que el corazón se me aceleró de sobremanera y una oleada de emoción atravesó todo mi cuerpo. Algunas personas lo llaman admiración, yo prefería llamarlo "ilusión".

La primera ilusión de un niño pequeño que había estado buscando sentirse "en un lugar estable", sentir que por fin podía quedarse y que no tendría que empacar una vez más, porque sí, eso fue lo que sentí, sentí que podía encariñarme de algo, especialmente porque sería de algo que no importaba si tomábamos un vuelo hasta la misma China, podría llevarlo conmigo, podría tomarle cariño.

Una maldita confusiónWhere stories live. Discover now