CAPÍTULO TRES: Alice

467 78 47
                                    

«¿Podrás sacarme de esto con vida? ¿Dónde está mi cuerpo? Estoy atrapado en mi mente. Oh, Dios mío, estoy cansado de gritar, a todo pulmón. Oh, Dios mío, estoy en el agujero, estoy cayendo muy hondo, cayendo demasiado hondo.»
(Lady Gaga, Alice, 2020)

Aparcó el auto en el estacionamiento de aquel complejo de apartamentos en el que vivía. Justo en el espacio que le correspondía, al pie del tercer edificio de los seis que eran en total. Los faroles estratégicamente colocados en las esquinas alumbraban cada rincón del lugar. NamJoon suspiró y miró el espejo retrovisor. Un vistazo que no fue suficiente.

Se giró en su asiento y encontró al joven. Una media sonrisa en su blanco rostro, ojos cerrados bajo el flequillo negro de su frente. Una imagen que lo trajo de vuelta a la realidad.

¿Qué carajos estaba haciendo?

NamJoon odiaba los problemas. Repudiaba cualquier cosa que estuviera fuera de su control o que afectara mínimamente su ordenada vida, no obstante había decidido agarrar a ese hombre y llevarlo consigo a casa, como si con eso fuera a lograr... ¿a lograr qué? ¿Para empezar, cuál había sido su principal objetivo?.

Se rascó la cabeza con algo de irritación, mirando de nueva cuenta al estacionamiento. Poco movimiento, un auto aparcado por allá y otro saliendo en dirección a la avenida principal. No es que los vecinos fueran demasiado entrometidos o que le preocupara que alguien adivinara la clase de persona que lo acompañaba, simplemente no le gustaba llamar la atención y que la gente inventara extraños rumores.

Así que fue cuidadoso, bajando del auto, sobreactuando con normalidad, fingiendo que llevar una persona drogada a su casa era de las cosas más comunes que alguien como él podría hacer. Por supuesto la cosa no le salió, ni de lejos, como él pretendía. Empezando porque cuando abrió la puerta de atrás y despertó a aquel tipo, este sonrió y le buscó la boca una vez más.

Está de más decir que NamJoon lo empujó antes de mirar a todas partes, cerciorándose de que nadie hubiese podido verlos. Respiró aliviado ante la quietud de ese sitio.

«Es la hora de la cena» dijo en su mente, claro que no había nadie que los viera. De todos modos se dio prisa y pasando el brazo de ese muchacho por detrás de su cuello, y sosteniéndolo de la cintura, lo llevó al interior del edificio. Al hacerlo noto algunas cosas a las que no había puesto atención minutos atrás, por ejemplo, la ropa vieja que volvía a ser insuficiente para cubrir correctamente a alguien del frío o el olor de sudor mezclado con el humo de cigarro y el polvo de la calle.

Luchó un poco con el peso y las risas medioahogadas de ese idiota, pero lo logro. Casi. Su apartamento estaba en el cuarto piso, así que tuvo que detenerse a decidir si tomaría las escaleras o el elevador y lo que cada una de esas opciones implicaba.

¿Encerrarse con un prostituto maníaco en el elevador que todos tomaban o llevar el peso medio muerto por las escaleras a lo largo de cuatro niveles? Terminó por inclinarse a la primera, rezando que nadie lo usará por los siguientes cinco minutos.

Cristo decidió escucharlo esta vez. Al menos eso quiso creer NamJoon.

Al llegar a su casa sólo tuvo que poner la clave en la cerradura antes de sentirse completamente librado de una misión secreta que claramente él mismo se había autoimpuesto por sus propias impulsividades. Metió el cuerpo del joven que no paraba de reír entre tambaleos y lo dejó caer sobre el sofá tan pesado como era antes de tomar asiento también él.

Sus ojos se mantuvieron un rato sobre el cuerpo menudo del muchacho, quien a pesar del ajetreo se quedó dormido y con sonrisa en rostro en el sofá. Ah, pero que si le parecía increíble eso a NamJoon. Debería haberlo despertado. Tal vez darle café o meterlo bajo el agua bien fría de la ducha. Pero desistió de esas estúpidas ideas.

Sostenme en tus brazosWhere stories live. Discover now