CAPÍTULO VEINTIUNO: Peanut Butter & Tears

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«Son las 5 de la mañana y me tengo que ir. El viento me está rompiendo los ojos (lo sabemos, lo sabemos). Los amigos me dicen que parezco tan muerto. Creo que están viendo a través de mi disfraz (ellos lo saben, lo saben), donde he estado. Me vuelvo muy amigable con los extraños (ooh, sí). La forma en que he sido, me pierdo tanto en mi color. Me tomó algo de tiempo. Y mis dientes han estado moviéndose durante años. Mi mantequilla de maní y tus lágrimas. Oh, ¿por qué esa cara triste, cariño? No puedo controlar todos mis miedos.»

(DPR IAN, Peanut Butter & Tears, 2023, 0m29s)

Era el primer domingo de agosto, las noticias sonaban de fondo por todo el apartamento. NamJoon descansaba en el sofá con el móvil a lado, aun sintiéndose extremadamente agotado por la dura semana que había tenido en el hospital. El cintillo en la pantalla indicaba la temperatura del día mientras los presentadores hacian hincapié en el pasado miércoles 1° de agosto, cuando la temperatura máxima del país había sobrepasado el récord nacional en 111 años con 39.5 grados. Para ese fin de semana NamJoon ya había perdido la cuenta de cuantos insolados habían sido ingresados a urgencias del hospital.

De acuerdo con las noticias, las altas temperaturas seguirán por el resto de la semana, incluso ese día, la temperatura media había alcanzado los 33°C, razón por la cual el aire acondicionado estaba a todo lo que daba en todas las habitaciones.

«Un ciclo vicioso» dijo NamJoon dentro de su cabeza, pensando en las repercusiones climáticas del uso prolongado y casi unánime del aire climatizado en todo el país. Sin embargo, a pesar de las noticias y los constantes reportajes al respecto, había dos seres en el apartamento a los que parecía no importarles en lo más mínimo. Por supuesto el principal era ese maldito gato malcriado, y ahora gordo, de Guksu, que descansaba sin pena ni gloria en el sofá, echado panza arriba mientras, de vez en cuando, sus orejas se agitaban sin ritmo alguno. NamJoon lo observó por un rato con los ojos entrecerrados, juzgándolo.

No obstante, YoonGi tampoco parecía interesado en la situación del país. No, para él joven pelinegro parecía existir una preocupación mucho mayor. NamJoon no necesitaba adivinar cuál, no cuando se giró hacia la mesa y lo encontró revisando, por quinta vez, sus libretas y libros mientras los volvía a meter uno a uno, por quinta vez también, a la mochila. Su primer día de escuela era la mañana siguiente

YoonGi se detuvo un segundo y abrió el libro de pasta roja con la ilustración de un Nautilus cortado por la mitad al centro de este. Estaba leyendo el índice, supuso NamJoon, y mientras aquello hacía, aquel frunció el ceño y los labios. Fue un gesto que le pareció de lo más tierno, lo suficiente para estrujar su corazón mientras una sonrisa se le escapaba de los labios. Fue entonces que tomó el móvil del sofá, abrió la cámara y disparó en su dirección.

El estruendoso ruido llamó de inmediato la atención de YoonGi quien alzó el rostro y le miró, primero sorprendido luego con una silenciosa acusación. NamJoon se paralizó un segundo para después encogerse de hombros y declararse culpable de todos los cargos. YoonGi le sonrió en respuesta, dejando el libro sobre la mesa antes de cruzarse de brazos y quedarse mirando en su dirección, quieto y aún sonriendo.

— ¿Quieres tomarme una foto?

A NamJoon le tomó dos segundos entender la situación y antes de perder la oportunidad, levantó el móvil y disparó otras tres veces más. Luego de eso YoonGi volvió a tomar el libro y seguir leyendo. NamJoon estudió detenidamente cada una de las cuatro imágenes. Decidió que la primera era su favorita y que la penúltima era en la que YoonGi lucía más guapo. Se levantó del sofá y se sentó en la mesa, frente a YoonGi.

— ¿Te gusta? —preguntó, enseñándole la imagen.

YoonGi la observó apenas un instante y después se encogió de hombros.

Sostenme en tus brazosWhere stories live. Discover now