CAPÍTULO VEINTIDÓS: Borderline

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«Estamos en el límite. Atrapado entre las mareas del dolor y el éxtasis. Posiblemente una señal. Voy a tener la noche más extraña el domingo. Ahí voy, todo un espectáculo para un solitario en Los Ángeles, preguntando cómo logré terminar en este lugar y no pude escapar. Estamos en el límite. Peligrosamente lejos y todo perdonado. Habrá una pelea, será un precio a pagar el lunes (Si tú y yo nos ponemos cómodos) [...] ¿Seré conocido y amado? ¿Hay alguien en quien yo confie? Empiezo a estar sobrio. ¿Ha pasado el tiempo suficiente? ¿Seré conocido y amado? Un poco más cerca, lo suficientemente cerca. Soy un perdedor, relájate»

(Tame impala, Borderline, 2019, 0m25s)

El reloj del televisor marcaba unos minutos antes de las siete de la noche. El atardecer había comenzado hacía poco rato. Afuera el sol ya estaba a mitad de camino para ocultarse y los rayos anaranjados iluminaban el rostro moreno y perfilado de NamJoon recostado juntó a él. YoonGi lo miró fijamente.

La mañana de aquel sábado había sido el final de su primera semana en la escuela, y también el primer día de sus reuniones en el club. A diferencia de las clases normales que seguían el mismo plan de estudios que una escuela común y corriente, los clubes eran cosa aparte. Cada escuela siempre era diferente y la suya no pudo resultar mejor. YoonGi se había inscrito al club de cocina.

Para su suerte, buena o mala, aún no decidía cuál de ambas, Jeon tatuajes estaba inscrito en el club de fotografía, después de todo, el joven alto no era nuevo como él. Fue por eso que, esa tarde, no se quedó en la biblioteca, y en lugar de ello había ido directo de vuelta al departamento.

Después de tomar el almuerzo, NamJoon le había propuesto salir a pasear a cualquier parte de Seúl, sin embargo, ambos acordaron que era mejor quedarse a descansar por dos razones. La primera, porque NamJoon había vuelto a cubrir un turno de treinta y ocho horas y apenas había llegado a casa cuando YoonGi aún estaba en las clases del club, así que lucía cansado como para salir. Y, segundo, porque afuera seguía siendo un maldito infierno y se estaba mejor en los lugares cerrados con la comodidad del aire climatizado.

Así fue como, al final, habían movido la mesa de la sala, poniéndola en una esquina junto a las ventanas altas, encendido el televisor y tirado un futón en el suelo para recostarse y mirar una película. No obstante, a YoonGi difícilmente le atrapaba una película, prefería las series de anime apenas por sobre los mangas, y NamJoon, el simplemente se había quedado dormido a los minutos de haber iniciado la reproducción del video.

Entonces ahí estaban ellos dos, el tenue volumen del televisor mezclado con el murmullo del aire acondicionado, el sol anaranjado inundando la habitación, NamJoon durmiendo plácido a su lado y él observando su preciosa piel tostada. Un maullido resonó en las cercanías.

Su pequeño gato vino caminando desde el fondo de la cocina y con sigilo se acercó al rostro de NamJoon, sus bigotes se agitaron al olfatear su cabello. YoonGi imagino que estaba oliendo la fragancia de su shampoo. Se apresuró a apartarlo cuando noto las claras intenciones que tenía este de treparse a la espalda de NamJoon.

Se levantó, tomó a Guksu y se lo llevó consigo hasta su habitación donde, después de programar el aire acondicionado, lo dejó con la puerta cerrada. Antes de volver a la sala pasó al cuarto de NamJoon, recogiendo la ropa y toalla sucia del día. Sus intenciones eran sólo recoger y ordenar la pieza, sin embargo su paso por el tocador del baño le dio otra clase de ideas.

YoonGi regresó pronto al salón y se recostó de vuelta al lado de NamJoon, dejando aquellos artículos especiales en el sofá detrás suyo. Se acercó a kim doctor y acarició su rostro suavemente.

El moreno no se movió salvo sus ojos que se giraron suavemente debajo de sus párpados aún cerrados. YoonGi permaneció un segundo ahí, quieto. Jamás imaginó estar así con absolutamente nadie, mucho menos con alguien como NamJoon. Recordó el día en que lo había visto por primera vez, recién había abierto los ojos cuando aquel hombre, vestido en una bata blanca, había atravesado las cortinas con esa mirada cargada de desprecio.

Sostenme en tus brazosWhere stories live. Discover now