Libro volador

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Hermione se detuvo en seco con la boca abierta, Rasalas se quedó con la cuchara de sopa a medias y Ron se atragantó un poco con la sopa.

—¿Mañana? —repitió Hermione—. No lo dirás en serio, ¿verdad, Harry?

—Sí, lo digo en serio. No creo que vayamos a estar mejor preparados de lo que estamos ahora, aunque nos pasemos otro mes entero vigilando la entrada del ministerio. Cuanto más lo retrasemos, más lejos podría estar ese guardapelo. Ya hay muchas probabilidades de que Umbridge se haya deshecho de él, porque no se abre.

—A menos —intervino Ron— que haya encontrado la manera de abrirlo y que ahora esté poseída.

—A ella no se le notaría mucho, porque siempre ha sido rematadamente mala —repuso Harry.

—Creo que no es mala idea de ir mañana—dijo Rasalas estando de acuerdo con azabache, los tres la miraron y continúo—: Ya sabemos lo más importante, es decir, que no se puede entrar ni salir del ministerio mediante Aparición, y que sólo a quienes ocupan un cargo de responsabilidad se les permite conectar sus hogares a la Red Flu, porque Ron oyó a esos dos inefables quejarse de ello—miro a Hermione, que mordía su labio pensado la situación—. También sabemos, más o menos, dónde está el despacho de Umbridge, por lo que tú oíste que ese tipo barbudo le comentaba a su amigo…

—«Voy a la primera planta; Dolores quiere verme» —recitó Hermione y Rasalas asintió.

—Exacto. E igualmente sabemos que se entra utilizando esas extrañas monedas, o fichas o lo que sean, porque yo sorprendí a esa bruja pidiéndole prestada una a su amiga…

—¡Pero nosotros no tenemos ninguna!—Interrumpió Ron a la joven.

—Si el plan funciona, las tendremos —declaró Harry con serenidad.

—No sé, no sé si… Hay muchas cosas que podrían salir mal, dependen tanto del azar…

—Eso no cambiará aunque pasemos otros tres meses preparándonos. Estoy con Harry. Ha llegado el momento de entrar en acción—aseguró Rasalas con serenidad. Harry asintió.

Rasalas comprendió la expresión de asustada en Hermione; tomó bajo la mesa la mano de la castaña y le dió un pequeño apretón para transmitir protección. Élla tampoco las tenía todas consigo, pero estaba segura de que había llegado la hora de poner en práctica el plan.

Habían pasado las cuatro semanas anteriores turnándose para ponerse la capa invisible y espiar la entrada principal del ministerio, que Ron, gracias a su padre, conocía desde su infancia. Del mismo modo habían seguido a varios empleados del ministerio, escuchado sus conversaciones y descubierto, mediante una atenta observación, quiénes solían aparecer solos a la misma hora todos los días. De vez en cuando birlaban un ejemplar de El Profeta de algún maletín, y, poco a poco, trazaron los mapas y tomaron las notas que ahora se amontonaban delante de Hermione y ella.

—Está bien —dijo Ron con cautela—, supongamos que lo hacemos mañana… Creo que deberíamos ir Harry y yo.

—¡Va, no vuelvas a empezar! —le espetó Hermione suspirando—. Creía que eso ya había quedado claro.

—Una cosa es merodear por las entradas protegidos por la capa invisible, pero esto es diferente, Hermione. —Ron señaló con un dedo un ejemplar de El Profeta de diez días atrás—. ¡Tú estás en la lista de hijos de muggles que no se han presentado voluntarios para ser interrogados!

—¡Y tú se supone que estás muriendo de spattergroit en La Madriguera! Si hay alguien que no debería ir, ésa es Rasalas—la nombrada miró a Hermione frunciendo el entrecejo—Te expondrías a qué te reconocieran, para el resto de perdonas del mundo mágico, estás muerta—explicó apretando la mano de la joven bajo la mesa.

𝐄𝐥 𝐃𝐢𝐚𝐫𝐢𝐨 𝐃𝐞 𝐑𝐚𝐬𝐚𝐥𝐚𝐬 𝐌. 𝐁𝐥𝐚𝐜𝐤 [#1] (𝐇. 𝐆𝐫𝐚𝐧𝐠𝐞𝐫) ✓Where stories live. Discover now