El despacho de Umbridge

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—¡Ah, hola, Mafalda! —saludó Umbridge—. Te ha enviado Travers, ¿verdad?

—¡S… sí! —chilló Hermione.

—Bien, creo que servirás. —Y se dirigió al mago de la túnica negra y dorada—: Ya tenemos un problema solucionado, señor ministro. Si Mafalda se encarga de llevar el registro, podemos empezar. —Consultó sus anotaciones y añadió—: Para hoy están previstas diez personas, y una de ellas es la esposa de un empleado de la casa. ¡Vaya, vaya! ¡También aquí, en el mismísimo ministerio! —Subió al ascensor y se situó cerca de Hermione; asimismo, subieron los dos magos que habían estado escuchando la conversación de la bruja con el ministro—. Vamos directamente abajo, Mafalda; en la sala del tribunal encontrarás todo lo que necesitas. —Hermione asintió, nerviosa.

Por un momento Umbridge frunció el ceño y empezó a olfatear justo donde estaba Rasalas con la capa de invisibilidad, se le hacía familiar ese olor. Rasalas se puso atrás de Harry, y la cara de sapo dio con el y le sonrió.

—Oh Albert, tu perfume me hizo recordar a alguien que fue tan íntimo para mi—dijo dolores soltando un bajo suspiro. Hermione frunció el ceño, Harry reprimió una risa y Rasalas estaba perpleja bajo la capa ¿como demonios podía recordar su olor?—No importa ahora. ¿No bajas?

—Sí, claro —dijo Harry con la grave voz de Runcorn.

El chico salió del ascensor dándole paso para que Rasalas salieran con el y las rejas doradas se cerraron detrás de ellos con un traqueteo. Al voltear la cabeza, percibieron la cara de congoja de Hermione que, flanqueada por los dos magos de elevada estatura y con el lazo de terciopelo de Umbridge a la altura del hombro, descendía hasta perderse de vista.

—¿Qué lo trae por aquí arriba, Runcorn? —preguntó el nuevo ministro de Magia.

El individuo, de negra melena y barba —ambas salpicadas de mechones plateados— y una protuberante frente que daba sombra a unos ojos que chispeaban, le recordó a Rasalas  la imagen de un cangrejo asomándose por debajo de una roca.

—T-tengo que h-hablar con… —Balbuceaba y Rasalas le dio un leve empujón— Arthur Weasley. Me han dicho que está en la primera planta.

—Hum —repuso Pius Thicknesse—. ¿Acaso lo han sorprendido relacionándose con algún indeseable?

—No, qué va —respondió Harry con la boca seca—. No… no se trata de eso.

—¡Ya! Pero sólo es cuestión de tiempo. En mi opinión, los traidores a la sangre son tan despreciables como los sangre sucia. Buenos días, Runcorn.

—Buenos días, señor ministro.

Harry y Rasalas se quedaron observando cómo Thicknesse se alejaba por el pasillo cubierto con una tupida alfombra. En cuanto el ministro se hubo perdido de vista, Rasalas se quito la capa.

—Idiota—murmuraron los dos refiriéndose al ministro.

—Así que—Harry miró a la chica con una sonrisa burlesca—¿Eras íntima con umbridge y no nos dijiste?.

—Cierra la boca, miope cara rajada—gruñó Black haciendo reír a Harry—. Esa mujer está loca, siempre lo ha estado.

Harry empezó a reírse y Rasalas puso los ojos en blanco. Ambos se metieron bajo la capa invisible y empezaron a recorrer el pasillo en dirección opuesta. Runcorn era tan alto que Harry tuvo que encorvarse para que no se le vieran los pies, a Rasalas ya le dolía la espalda.

Notando una incómoda presión en el estómago, consecuencia del miedo, pasaron por delante de sucesivas puertas de reluciente madera, en todas constaba el nombre de su ocupante y la tarea que desempeñaba, y poco a poco se les fueron revelando el poder, la complejidad y la impenetrabilidad del ministerio, a tal punto que el plan, que con tanto esmero había tramado con Ron y Hermione a lo largo de cuatro semanas, les pareció ridículo e infantil.

𝐄𝐥 𝐃𝐢𝐚𝐫𝐢𝐨 𝐃𝐞 𝐑𝐚𝐬𝐚𝐥𝐚𝐬 𝐌. 𝐁𝐥𝐚𝐜𝐤 [#1] (𝐇. 𝐆𝐫𝐚𝐧𝐠𝐞𝐫) ✓Onde histórias criam vida. Descubra agora