Ministerio de magia.

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Un par de minutos después se oyó un débil «¡paf», y una bruja menuda del ministerio, de cabello canoso y suelto, se apareció a escasos metros de ellos y parpadeó, deslumbrada, porque el sol acababa de salir por detrás de una nube. Pero apenas tuvo tiempo de disfrutar de aquella inesperada tibieza, porque el silencioso hechizo aturdidor de Hermione le dio en el pecho y la bruja cayó hacia atrás.

—Buen trabajo —la felicitaron Rasalas y Ron al mismo tiempo, se miraron los dos con el ceño fruncido y salieron detrás del cubo de basura que había junto a la puerta del teatro.

Juntos, trasladaron a la bruja al oscuro pasillo que conducía a la parte trasera del escenario. Hermione le arrancó varios pelos y los metió en un frasco de fangosa poción multijugos que sacó del bolsito de cuentas. Entretanto, Ron rebuscaba en el bolso de la bruja.

—Se llama Mafalda Hopkirk—anunció leyendo una tarjetita que la identificaba como auxiliar de la Oficina Contra el Uso Indebido de la Magia—. Será mejor que tomes esto, Hermione, y aquí están las fichas.

Le dio unas moneditas doradas, todas con las iniciales «M.D.M.» grabadas, que había en el bolso de la bruja.

Hermione se bebió la poción multijugos, que había adoptado el bonito color de los heliotropos, y pasados unos segundos se convirtió en el doble de Mafalda Hopkirk. Le quitó las gafas a la verdadera y se las puso, y entonces Harry consultó su reloj.

—Vamos retrasados. El empleado de Mantenimiento Mágico llegará en cualquier momento.

Se apresuraron a cerrar la puerta tras la que habían dejado a la Mafalda auténtica. Harry, Rasalas y Ron se taparon con la capa invisible, pero Hermione permaneció a la vista, esperando. Segundos después se oyó otro «¡paf!» y un mago bajito y con cara de hurón se apareció ante ellos.

—¡Hola, Mafalda!

—¡Hola! —lo saludó Hermione con voz temblorosa—. ¿Qué tal?

—No muy bien, la verdad —respondió el mago, que parecía muy abatido.

Hermione y el mago se encaminaron hacia la calle principal. Rasalas, Harry y Ron los siguieron.

—¿Qué te pasa? ¿No te encuentras bien? —preguntó Hermione, ya más calmada, mientras el mago intentaba exponerle sus problemas; era esencial que no llegara a la calle—. Toma, un caramelo.

—¿Cómo? Ah. No, no, gracias...

—¡Insisto! —dijo Hermione con agresividad, agitando la bolsa de pastillas delante de la cara del mago. Un tanto alarmado, el tipo cogió una.

El efecto fue instantáneo. Apenas la pastilla le tocó la lengua, empezó a vomitar de tal modo que ni siquiera notó que Hermione le arrancaba unos pelos de la coronilla.

—¡Madre mía!—exclamó la chica mientras el mago esparcía vómito por todo el callejón—. Quizá deberías tomarte el día libre.

—¡No, no! —Sentía unas tremendas arcadas pero seguía su camino, aunque haciendo eses—. Tengo que... precisamente hoy... tengo que...

—¡No digas tonterías! —exclamó Hermione, alarmada—. ¡No puedes ir a trabajar en este estado! ¡Creo que deberías ir a San Mungo para que te examinen!

El mago se derrumbó, sin parar de tener arcadas, pero poniéndose a cuatro patas intentó llegar a la calle principal.

—¡No puedes ir a trabajar así! —chilló Hermione.

Por fin, el mago admitió que su acompañante tenía razón. Se agarró de Hermione, que estaba muerta de asco, para levantarse del suelo, se dio la vuelta y se esfumó. Lo único que quedó de él fue la bolsa, que Ron le había arrancado de la mano antes de que se desapareciera, y algunas gotas de vómito flotando en el aire.

𝐄𝐥 𝐃𝐢𝐚𝐫𝐢𝐨 𝐃𝐞 𝐑𝐚𝐬𝐚𝐥𝐚𝐬 𝐌. 𝐁𝐥𝐚𝐜𝐤 [#1] (𝐇. 𝐆𝐫𝐚𝐧𝐠𝐞𝐫) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora