LVII

3 0 0
                                    

Estoy aquí à solas, abandonado,
con la mirada hacia al espejo opacado,
sintiendo mi rostro como es olvidado,
siendo carcomido por la soledad.

Mi único pecado ha seído llorar
y mi condena es no parar de hacerlo.
He codiciado tanto la alegría ajena,
que Dios por castigo me ha aislado de ella.

No soy yo quien escribe este poemastro,
es la desolación de mi mente,
pero ha decidido firmar con mi nombre.

Donde estoy sólo hay gente que finge
y à sus espaldas espadas cargan,
esperando à que yo caiga
para con ellas horadarme el alma.

Mi vida está entre la guerra y la paz,
y yo sé que la segunda mal va a acabar.
No sé cuomo vaya à terminar,
si sigo destruyéndome con mucho afán.

El dolor pronto cesará,
eso es lo que los demás dicen,
pero yo sé que eso no sucederá,
que sólo seré una persona vacía más.

Mis huesos se quiebran
por el daño que hay en todo mi ser.
Tal vez haya seído mi culpa,
tal vez por no tener fe alguna.

Mi cor ha caído mendicante,
suplicando ayuda de un buen pudiente.
Y éste fue el mío simple final.

Poemario III: la xóchil mustiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora